V
Gregorio
fue un soldado de los Templarios hace ya novecientos años. En esa época, la
hambruna y el dolor eran signos inequívocos de un reinado cruel y despiadado.
De hombres que así mismo se llamaban Nobles que robaban el fruto de los
esfuerzos de sus propios sirvientes. Denigrando mujeres y matando animales por
complacerse a sí mismo y a su detestable Rey.
Demasiado
dolor en esa época.
Tenía
doce años cuando entró como escudero del General de los caballeros Templarios.
Después de la muerte de su familia y de haber vivido tanto dolor y sufrimiento,
servirle a un seguidor de Dios era un bálsamo para sus tempranas cicatrices.
Descubrir
lo que significaba ser un Templario en realidad le llevo diez años de
entrenamiento.
Sin
embargo una fatídica noche su honor fue puesto en duda y su fe, dañada.
Fueron
noches de torturas, días de lamentos, palizas, hambre famélica, dolor e
impotencia que le hacían doblegar sus creencias y casi ceder al pánico que con
cizaña mordía el opositor Rey.
Y
cuando creyó que sólo la muerte podría salvarle del dolor, un niño de mirada
dorada y cabello albino vino a él preguntándole si deseaba servirle. Había pasado sobre los guardias apostados en
aquellas húmedas y malolientes celdas, sin un paso delator ni murmullo emitido.
Vino a él como una aparición pagana que le hizo rezar inconscientemente.
Y
a pesar de su miedo al pequeño niño, temía más al suplicio que efectuaban sus
captores, por lo que eligió seguirle.
Y
nunca se ha arrepentido de su decisión.
Gracias
al pequeño descubrió la verdadera existencia de criaturas místicas, adoradas o temidas
y que ahora son plasmadas como leyendas. Supo de la verdad tras la traición a
los Templarios y se enteró del dolor de sus compañeros y Maestre. Padeció
enfermedades y pestes, y aun así continuaba aferrado a vivir. Cuando el pequeño
le preguntó por qué luchaba tanto contra la parca, Gregorio le respondió:
—Porque
amo la vida.
A
partir de ahí, su vida cambió por completo.
El
pequeño le hizo vampiro, le donó el don de la vida eterna, lo hizo parte de su
familia y compartió su amistad.
Edgar,
a pesar de su apariencia temprana, fue un líder humilde y paciente que con su
voz suave, pero potente infundía el respeto y la admiración de muchos.
Predicaba con el ejemplo y siempre estaba al pendiente de los otros dejando su
propio bienestar al olvido. Mantenía su ética intacta a pesar de las innumerables
amenazas de los feudales y soberanos, y protegía al débil de los abusos.
A
pesar del paso del tiempo, actuaba como un verdadero y olvidado caballero
Templario.
Es
así como a pesar de que hayan pasado casi mil años siguiera a su servicio y continuara
admirándolo.
De
su líder podría decir muchas cosas superfluas, aunque muy pequeños y
significativos detalles. Uno de ellos era su ansiosa curiosidad. Casi siempre
estaba devorando libros antiguos y nuevos para mantenerse al tanto de las
actualidades sin caer en la arrogancia por sus devastadores conocimientos. Apoyaba
toda causa humanitaria. Ya sea la hambruna o la sed, ocupaba su fortuna bien
manejada para transformar unos desdichados billetes en alimento y sustento para
familias enteras. Aprovechaba de inculcar la educación y la necesidad de
aprender algún oficio a los jóvenes con la intención de que estos no sufrieran
en el empedrado camino que es la vida.
Era
un hombre noble, tenaz, humilde y caritativo con todas sus letras.
Pero
quizás la cualidad más distintiva del Emperador Edgar, era su sofisticada forma
de tratar a las damas.
Tomaba
toda mano femenina como si fuera la última rosa viva. Atento en sus palabras
como en sus acciones, trayendo suspiros de la nada. Aun si la joven fuera o no
agraciada, su Señor la trataba con la misma delicadeza. Joven, niña o anciana:
el mencionaba que una mujer fue quien le dio la vida y como tal, debía ser
venerada.
Algo
muy olvidado en estos días.
El
Emperador evitaba mencionar palabras crueles o malsonantes a una mujer aún si ésta
se las ganara por la fuerza. La paciencia venía incluida en el código de honor.
Por esa misma razón, y con toda impresión encima, le extrañaba de sobremanera
la manera tan déspota y cruel con la que había sido tratado por una jovencita. Le
causaba escalofríos saber que su Señor, sentado tras el escritorio de su
estudio, se encontrara tan tenso y enrabiado por aquella pataleta infantil. Sobre
todo al notarlo herido en su orgullo.
Y
hablando solo mascullando por lo bajo.
—¡Mocosa
desagradecida! ¡Que me importa su pena! Debió morderse la lengua, o mínimo,
tenerme algo de respeto —Rodó sobre su silla mientras miraba la noche desde su
ventana—. Ni siquiera pudimos entablar una sana conversación por que en menos
de dos minutos saltaba con sus comentarios irónicos. ¿Qué dama con sentido
común hace eso?
—¿Una
que no está acostumbrada a sus gestos, Señor? —Disculpó a la desconocida aunque
no fuera con muchos ánimos.
El
mayor le miró indiferente.
—Eso
no la dispensa de su mal comportamiento. Aun si fuera por falta de educación o
modales, debió tratarme como se le trata a un extraño: con respeto y
deferencia.
—Los
tiempos han cambiado, Mi Señor…
—¡¡¡Ya
te dije que eso no la disculpa!!! —explotó para el asombro de Gregorio que de
las pocas veces que lo había visto exasperarse, ninguna lo ameritaba una mujer.
Ambos
se observaron en un silencio incómodo. Edgar se sintió confundido por su propio
arrebato y Gregorio prefirió cambiar el tema antes de que las cosas se salieran
de control.
—Está
algo cansado, Señor. Sería mejor dejar por la paz a la jovencita y que nos
enfoquemos en nuestro problema.
Edgar
no respondió, simplemente se levantó de su escritorio y caminó con rapidez
hacia su dormitorio. Estaba seguro que por mucho que lo intentara no lograría
concentrarse en los objetivos de esa pequeña reunión. Aunque antes de
desaparecer de la vista de Gregorio le pidió que no mencionara nada al
respecto.
Y
en la soledad, Gregorio esperaba que por la paz y salud mental de su Maestro,
la tal señorita no fuera motivo de una nueva conversación.
Sin
embargo el Emperador seguía refunfuñando en su alcoba, con pensamientos que
sobrepasaban lo cruel hacia una persona. Maldecía a la educación, la nueva era
y a quien se le cruzara en frente. En menos de un siglo las mujeres cambiaron
su actitud ante un hombre. No es que antes apoyara la sumisión incondicional y
la bestialidad con la que eran tratadas, pero eso no significaba perder los
modales y el respeto. Cosas que él consideraba sagradas para mantener una buena
relación y comunicación.
Hasta
que se dio cuenta de que le estaba dando demasiada importancia al asunto.
—Como
si fuera a verla otra vez —masculló con resentimiento, siendo interrumpido por
un suave tono de voz.
—¿A
quién no verás, hermano?
Edgar
posó su mirada en la pequeña consentida de su reino que esperaba su aceptación
para entrar en la alcoba. Una pequeña de ensortijados cabellos plateados y
mirada clara con un hermoso tono de piel pálida. Su carita infantil mostraba el
característico brillo picaresco de aquellos niños que ya saben cómo conseguir
lo que quieren, y sin embargo, irradiaba ternura por donde se le viera. Vestía
de un lindo vestido de tul azul como aquellas muñecas de porcelana y zapatitos
de charol. Una hermosa pequeña.
Y
de la nada unos ojos castaños y mirada sarcástica se aparecieron por su mente
empañando su leve buen humor.
Dios quiera que nunca siga el ejemplo de
estas mujeres de nuevo mundo, pensó.
—¿Por
qué no pasas, Elizabeth?
La
pequeña rió con inocencia mientras corría para sentarse en las piernas de su
hermano, abrazándole con cariño.
—Parecías
ofuscado, hermano. ¿Te sientes enfermo? —preguntó mirándole con interés.
—En
lo absoluto, mi niña. ¿Qué te hace pensar eso?
La
pequeña le observó intensamente.
—Tu
aura esta alterada, hermano. Todos en la mansión están nerviosos, esperando que
les llames la atención como si estuvieran haciendo algo malo. ¿Tiene que ver
con los hermanos desterrados? ¿Por eso estas tan molesto? ¿Es a ellos a quienes
no quieres volver a ver?
—Haces
demasiadas preguntas, Lizzy —Reprendió velozmente, esperando acallar el extenso
interrogatorio. La jovencita le miró algo dolida.
—Estás
muy extraño, Edgar. Antes no me hubieses ocultado nada —El mayor compuso una
mueca de pesar. Es verdad que no hace mucho la confianza era algo primordial
entre los hermanos, pero lo que sucedía no le causaba gracia alguna que su
adorada hermana lo supiera. Para él era un fracaso total el dejar que las
palabras de una simple mortal sin modales le molestaran.
El
vampiro no le contestó de inmediato.
—¿Ed?
—Insistió con cautela—. ¿Me dirás?
El
mayor miró con atención a su hermana mientras rebuscaba en su mente como
contarle su situación.
—¿Lizzy?
¿A ti te molesta cuando un chico te atiende? —En cuanto esa pregunta salió de
sus labios se lamentó de inmediato. La sonrisa maliciosa de la pequeña le dio a
entender su negligencia.
—¿Entonces
todo tu enojo es por culpa de una señorita?
El
arrepentimiento era grande.
—¿Ed?
¡¿Con una chica, sentados bajo un árbol, besándose?! —Soltó un gritito,
emocionada.
—¡Elizabeth!
¡¿De dónde sacaste esa frase?! —Se escandalizó el mayor.
—La
señora Thompson me llevó ayer al pueblo y escuché como unos niños molestaban a
su amigo por tener novia. ¿Tú también tienes novia? —Continúo con la lluvia de
preguntas, dejando azorado al mayor—. ¿Cómo se llama? ¿Cuándo la conoceré? ¿Es
de tu edad? ¿Dónde vive? ¿Qué hace?
—¡Respira,
Lizzy! —Regañó con algo de vergüenza.
—Perdón…
—Se disculpó para, de un segundo a otro, volver a la carga—, pero dime, ¿Quién
es? ¿La conozco? ¿Dónde está? ¿Es de otro Clan? —Hasta que se dio cuenta de que
su hermano se quedaba viendo el vacío—. ¿Hermano? ¿Es con ella con quien estás
enojado?
—Lo
siento Lizzy, pero no quiero incomodarte con estas conversaciones, además son
cosas a la que no debo tomarle importancia.
—Sigues
molesto, Ed. Quizás te sientas mejor si me cuentas. Yo te apoyaré, hermano.
Edgar
correspondió a la sonrisa de su hermanita con alivio, aunque estaba seguro de
que se arrepentiría de esto más tarde que temprano. Con algo de apremio comenzó
a relatarle su encuentro con la joven desde el inicio hasta el final. Trató de
no entrar en detalles, sobre todo de la época moderna ni de como las ideologías
femeninas habían cambiado. Su hermana escuchó en silencio sin interrumpir hasta
que Edgar terminó con un suspiro derrotado.
—La
verdad estoy confundido. Fue muy amable al principio, aunque tuviese sus
momentos desagradables, pero cuando le retribuía de forma afectuosa ella comenzaba
a tratarme como si fuese algo atípico o estuviese siendo hipócrita.
La
pequeña se quedó pensativa por unos buenos minutos que a Edgar le pusieron
nervioso. Después de todo su hermanita podría ser muy tierna, pero se volvía
una verdadera manipuladora si se le daba la gana. Su don era el de encontrar
las debilidades de cada ser existente.
—Tal
vez son cosas a las que no está acostumbrada, hermano —Curiosamente fue lo
mismo que le mencionó Gregorio—. Y por si fuera poco tú eres un extraño para
ella. Recibiste su ayuda y te apareces a las semanas, eso fue muy desagradecido
tu parte, Ed —El mayor prefirió no acusar inocencia aunque tuviese millones de
excusas. Su hermana era adepta a la cortesía de Etiqueta—. E incluso criticas
constantemente su vida sin siquiera conocerla verdaderamente… No creo que estés
haciendo un buen trabajo —Concluyó analíticamente mientras cruzaba sus brazos
en un leve berrinche. Edgar se tensó con el rostro mostrando enfado.
—Hago
lo que todo varón debe hacer con una dama a su alrededor.
—Pero
no es algo bien recibido ¿Verdad?, tal vez las cosas han cambiado mucho y
tendrás que habituarte, hermano —Le miró a los ojos con insistencia—. Claro, si
realmente deseas seguir en contacto con ella.
—No
creo que sea buena idea considerando mis obligaciones —mencionó buscando
excusas.
—Eso
no te detuvo hace unos momentos.
Edgar
evitó bufar de hastío encontrándole toda la razón a su hermanita, si realmente
no quisiera saber nada de la jovencita, bien podría inmiscuirse en sus asuntos
desatendidos y no estaría ahí, en su habitación, contándole su frustración a su
hermana.
—Y
por lo que me has contado ella te ha tratado como a un amigo…
—¡Trata
livianamente a todo el mundo, Lizzy! —La pequeña quiso rodar los ojos, pero se
contuvo debido a sus modales. Su hermano podía ser tan tozudo—. Eso no es
normal, ¿Imagina que alguien se aproveche de su confianza?
—Pero
te ha dado su confianza, a ti. ¿Acaso piensas aprovecharte de eso? —Edgar le
miró como si hubiese proferido un crimen—. Entonces ella no debe temer por ti.
Eso es suficiente. Además no sabes si realmente es así con la gente todo el
tiempo, sólo lo comentas porque ha sido así contigo, no lo has visto en otros
individuos, ¿Cierto?
Evidentemente
Edgar no tenía bases para refutar eso. Du le había tratado así, tal vez
mostrándose tal cual era, no había visto el mismo comportamiento en otras
personas. Además con su amiga fue en extremo cariñosa. Quién sabe si realmente
era así sólo con sus amigos y él simplemente exageraba por ignorancia. Las
mujeres a su alrededor siempre eran en extremo delicadas y corteses. Nunca
había estado en la situación de una desconocida tratándolo con tanta soltura.
—Deberías
hablar con ella. Saciar tu curiosidad. No te haría daño tener una amiga,
hermano. Estás tan hermético en el castillo. Me da la impresión de que llegara
un día en que dejaras de apreciar la vida por culpa de la monotonía —Las
palabras de la pequeña reflejaron su miedo. Edgar la abrazó queriendo quitarle
ese temor.
—No
pienses en eso, Lizzy. Nada me alejará de ti, te lo prometo.
—Yo
sé, hermano. Gracias por cumplir con tu promesa.
El
vampiro le sonrió como hace tiempo no hacía esperando tranquilizar a la pequeña
mientras analizaba sus palabras y se preguntaba como entablar una amistad con la
tan endemoniada jovencita.