jueves, 23 de mayo de 2013

Cuando Muere el Atardecer Capítulo II

II

            En este mundo hay un millar de sensaciones que son casi imposibles de describir. Existe la sensación de vacío, la sensación de caída hacia la sombra, la sensación del cuerpo entumecido y la más difícil de todas, la sensación de muerte.

            La muerte.
           
            Aquella sensación podría definirse como la más sublime y aterradora a la vez donde el cuerpo no existe, no siente ni toca, y la mente viaja a la deriva como una simple pelusa en el viento. No existe el lugar, ni el ambiente… sólo la sensación del espacio en blanco con todo y nada a la vez.

            Como si el infinito universo se pudiese expandir.

            Y así como las interminables constelaciones, punto por punto comienzan a aparecer los sentidos. El oído: al escuchar unos débiles susurros lejanos. El olfato: al oler una fragancia desconocida, pero deliciosamente embriagante. El tacto: al sentir su cuerpo recostado en un incómodo colchón. Y por último, la vista: al distinguir a una joven de mirada castaña y liso cabello azabache observarle impaciente.

            —Vaya, hasta que al fin despiertas.

            El gusto se lo reservaba para después.

            —¿Puedes hablar? —preguntó la joven con tono preocupado. Edgar trató de mover sus labios, pero para su sorpresa estos se negaron a cooperar. La joven le miró con algo de comprensión—. Ya veo. Lo más seguro es que tengas desgarradas las cuerdas vocales. Quien no, después del chillido que te mandaste —Agregó con algo de ¿Burla?

            Edgar la miró sin comprender. ¿Él? ¿Chillar? Era más que obvio que la mocosa se confundía. Él no hubiese “chillado” jamás así el dolor fuese el más agonizante y lento. No por nada llevaba siglos de entrenamiento.

            —De cualquier forma, tendrás que quedarte en cama por lo menos por un mes. Esa herida en el pecho definitivamente te va a dejar cicatriz. ¿A qué lunático se le ocurre enterrar una estaca como si estuviéramos en el medioevo? —Reclamó sarcástica mientras se dirigía hacia una puerta blanca donde continuó con su alegato—. Seguramente trataron de robarte y hasta fueran parte de una secta de dementes cazadores de vampiros y hombres lobo. ¿Es que la gente de hoy no tiene vida propia que se la pasa creyendo en los juegos de realidad virtual y en lo que ven en las películas? Si por algo mi vecina me decía que la tele es mala niñera —Dijo sabiamente regresando con una caja de mediano tamaño y lo colocaba en la mesita a un lado de la cama. Sacó unos implementos de ella y tanteó el frío pecho del mayor que se estremeció por la diferencia de temperatura. Las manos de la joven eran muy cálidas para su gusto—. Te revisaré las heridas para que no se te infecten, así que aguanta un poco la molestia ¿Sí?

            Edgar le miró impasible, controlando los deseos de levantar una de sus manos para detener a la muchacha. Y es que el botecito con alcohol no era nada agradable para una herida de ese tamaño, aunque tampoco podía quejarse, por lo menos no se estaba desangrando. Sin embargo, no pudo evitar formularse una pregunta: ¿Desde cuándo estaba sin camisa?

            —Definitivamente tienes mucha suerte. Eso, o eres un vampiro de verdad —La chica le observó fijamente ante la mirada casi estupefacta del otro, aunque, de un segundo a otro se largó a reír de forma maniática—. ¡Caramba, chico, era una broma! ¡Ni que te creyeras el cuento! ¿O acaso eres de los que no viven su propia realidad? —Por la mueca llena de molestia del joven, entendió que su broma no fue bien recibida—. Ok, me disculpo si te ofendí. Probablemente seas de esos les gustan los viajes “iluminados” —Hizo un ademan como fumando un cigarro—, pero no te preocupes. Yo no discrimino —Le sonrió sin notar la mirada cargada de coraje.

            ¿Será que esta niñita no conoce el silencio?, pensaba el vampiro.

            Habiendo terminado el proceso curativo, la joven volvió a dejar el botiquín en su lugar y regresó con su “amigo” para seguir su monólogo, pero el teléfono que estaba junto a la cama sonó con una estruendosa musiquita que hizo destellar colores al herido Nosferatu.

            —Lo siento —Se disculpó ante una mirada asesina—, nunca pude cambiar el timbre del jodido teléfono, hasta a mí me rompe los tímpanos —Se quejó con molestia para luego componer un gesto lleno de irritación al ver el ID[1] de la llamada entrante. Con un “¡Mierda!” saliendo de sus labios contestó el aparato—. ¿Ahora qué? ¿Acaso no conocen la palabra “Vacaciones”? —Esperó impaciente la contestación del otro lado la cual, por la violenta forma en que se masajeaba el puente de la nariz, no fue muy de su agrado—. ¿Sabes qué? ¡Pásamelo y no me digas más! —Segundos después, respirando concentrada para no perder la tranquilidad, esperó a la persona con la que deseaba descargarse—. ¡Buenas tardes, jefe! ¡Con usted quería hablar precisamente! Comprendo que mi reemplazo no sea de su agrado, y en cierta forma agradezco el favoritismo —Edgar sonrió mentalmente al notar como la chica se mordía la lengua por tamaña mentira—, sin embargo usted debe ser consciente de que estoy de VACACIONES. Que quiere decir que NO tengo que TRABAJAR. Por lo tanto, solicito encarecidamente que me deje disfrutar mis días de relajo tranquila, sin tener que estar al pendiente de que en cualquier momento me llamarán de la oficina por algo que a mi parecer es insignificante —Una voz masculina y molesta se escuchó por el otro lado aunque no lo suficientemente fuerte como para que los cansados oídos de Edgar pudieran escuchar—. Lo comprendo, pero entiéndame también. Yo no lo busco cuando hay problemas en la oficina y usted está fuera ¿verdad? ¿Acaso no es justo que yo también disfrute de mi descanso? —Edgar notó que lo que sea que le hubiesen dicho eran buenas noticias—. ¡Por favor, se lo agradecería enormemente! Un gusto entonces, nos vemos en tres semanas. Adiós —Y colgó.

            El herido vampiro quiso decir un comentario sarcástico, pero lamentablemente no recuperaba el habla aun. Aunque podía notar un leve, pero seguro dolor de cabeza, avecinándose.

            —Esta gente, tan dependiente —comentó la chica al aire mientras guardaba un par de cosas que estaban sobre la mesita, sin embargo, al posar la vista sobre el hombre herido notó ciertas muecas en las que evitaba mostrar su dolor. Por supuesto, ella lo percibió de inmediato—. Te quiere dar jaqueca ¿Verdad? —Edgar le miró inexpresivo aunque por dentro se mordía la lengua para no soltar ninguna queja—. Bueno, si me permites, intentaré quitarte ese dolor de una forma poco convencional, espero no te moleste.

            El vampiro sólo le miró con curiosidad cuando la muchacha cerró los ojos manteniendo una pose de concentración y estuvo tentado de burlarse de su método “anormal” para curar el dolor de cabeza, pero sus pensamientos se cortaron de tajo cuando la chica de un segundo a otro se aproximó a su rostro sin ningún reparo. Sus frentes chocaron de forma tenue casi como una caricia, pero para Edgar fue como si se hubiera acercado a una hoguera. La piel de la chica era en extremo tibia, casi ardiente.

            Y el olor…

            Un aroma dulzón que a diferencia de la mayoría de los perfumes femeninos no le causaba repugnancia. Era fuera de lo común y eso ya le producía hambre.

            Quiso removerse para poner distancia, pero la chica seguía allí, empecinada a mantener el contacto. Además, si el hecho de pestañear ya le significaba un enorme sacrificio, removerse era como pedir al destino que le destrozara el cuerpo miembro por miembro.

            —Debes estar tranquilo o no funcionará —susurró la joven en una tono tan tenue que parecía salido de su imaginación. Decidió hacer caso del consejo y dejó de mantener su cuerpo en alerta resignado a que los músculos resintieran su dolor. En su sien percibía los pinchazos intensos y casi se quejó a viva voz aunque no pudiese pronunciar palabra, pero una suave sensación le detuvo. Podía sentir, sin temor a equivocarse, como el dolor salía de su cuerpo tal y como la sangre fluye de la herida abierta. Más que eso, aquel irritante ardor en su pecho poco a poco se hacía más tenue hasta no ser más que una simple molestia. La sensación de alivio le hizo gemir de satisfacción.

            Unos minutos después, Edgar no podía quejarse de nada a excepción de su falta de habla. Había recuperado energía y parte de su herida en el pecho se había curado sin la necesidad de tierra. Pero el hambre era extrema y la falta de sangre junto al olor de la chica únicamente acrecentaban el apetito por lo que decidió forzar su sueño para recuperar otro poco de fuerzas y largarse a la primera oportunidad que se le ofreciera. No fuese a perder su control sobre sí mismo.

            La joven sonrió con cansancio. Esa técnica, aunque rara y sobrenatural, era muy ventajosa para eliminar el dolor en los seres vivientes, no obstante, le producía un extremo agotamiento que recuperaba con horas de sueño. Su abuela se la había enseñado alegando que era algo de familia y que le sería de utilidad algún día. Y cuánta sabiduría poseía, desde que tuvo uso de razón que la aplicaba para ayudar a cuanta criatura se encontraba, quizás por eso tenía intenciones de estudiar medicina, pero lamentablemente su situación económica no le permitía estudiar esa carrera.

            Notó de inmediato cuando el muchacho se durmió porque la mueca de hastío ya no estaba presente. Y a juzgar por su rostro inexpresivo no había señales de dolor por lo que podía considerar su tarea cumplida así que se permitió exhalar un suspiro de alivio y se retiró de la habitación sin hacer demasiado ruido, no sin antes desconectar el irritante teléfono.



[1] Identification: Número que identifica quien llama.

martes, 21 de mayo de 2013

Cuando Muere el Atardecer Capítulo I


Estimados lectores:

Esta fue una historia creada el día nueve de septiembre del año 2009. Un día en el que soñé con el cruel destino de una raza mística e inexistente. Desde entonces pequeños fragmentos vienen  a mí como sueños, escenas, que explayo en este escrito esperando vuestra aceptación. Aquellos que tomen su tiempo para leerla les doy más sincera gratitud.


Brevis ipsa vita est sed malis fit longior
“Nuestra vida es breve, pero se hace más larga por culpa de los infortunios”

Publilius Syrius; 85 a. C. – 43 a. C.

 

I


            El cuerpo se le entumía debido al frío hiriente de la madrugada. Los dientes le castañeaban de manera dolorosa enviado punzadas estremecedoras a su mandíbula amoratada. Centenares de cortes y quemaduras marcaban su estilizado cuerpo de forma grotesca, dejando correr la sangre cual fluvial en temporada de lluvia.

            ¿Cómo había llegado a ése extremo?

            Apenas si era consciente de las miradas burlonas y despiadadas de sus opresores que se encontraban a pocos metros de su lenta agonía. Intentaba no respirar agitado, conservando su máscara inexpresiva y adusta a pesar del sufrimiento, con la mirada felina y los ojos anhelantes… Deseosos de venganza.

            Recordaba perfectamente la forma vil y sucia en la que lo atraparon. Un truco elaborado y preciso, infalible en él. Un niño, una criatura inocente había sido sacrificada para el suceso. Su cuerpo había sido degollado frente a sus ojos, por manos siniestras que sin temor alguno acabaron con esa pueril alma. Un ilusionista había logrado martillar su mente enviándole las imágenes como poderosos cristales hirientes, rajando sus pensamientos y consiguiendo emerger en él ese sentido del deber y la justicia arraigado desde tiempos ancestrales en su existencia.

            A pesar de que llevaba siglos sin emoción alguna.

            Imploró a gritos insonoros que esas manos cortaran su camino hacia el pulso débil del pequeño que se estremecía tembloroso del pánico. Ignorante de que su vida no era más una simple pieza en el juego del ajedrez; un juego que requería de sacrificios para dejar en jaque al codiciado Rey.

            Pero su ruego no llegó a más que un jadeo ahogado cuando esas vivaces cuencas infantiles mostraron un velado matiz sombrío junto con una mueca torcida y traumatizante. Un chasquido de cordura le hizo comprender que el pequeño no había muerto del golpe, sino del más estremecedor y siniestro dolor.

            Fue en ese momento en el que todas sus defensas bajaron a cero.

            Otra alma más que cargar en su conciencia, otra vida más que se escapaba por sus inquietudes y malditos ruegos. Otra víctima de aquellos que habían decidido cazarlos de manera indiscriminada como si la existencia de su raza fuera realmente un peligro…

            Aunque pensándolo mejor, tenían muchísima razón…

            …Porque en cuanto recuperara sólo un poco de su fuerza los despedazaría a zarpazos.

            Sentía ese líquido escarlata recorrer su rostro mientras su vida se iba por esos finos hilos, goteando sin cesar, martilleando sus sensibles oídos. La bruma desdibujaba los rostros de aquellos títeres humanos, sedientos de morbo y presunción, acuclillados frente a él como si no debieran temerle.

            Que equivocados estaban.

            Intentó mover los brazos para apoyarse sobre la muralla cercana donde se encontraba tirado, pero los músculos no le respondían, totalmente entumecido. Estaba exhausto, consciente y alerta, pero demasiado cansado como para pensar en un plan para escapar. Sabía de aquellas personas frente a él, aunque era incapaz de enfocar su vista o detenerse a escuchar sus risas macabras y planes para seguirlo torturando. Recordaba como si fuese una fotografía fina cada línea y arruga de esos rostros humanos. Rostros morenos, de perfil pequeño y mirada sombría. Cabellos oscuros, seguramente castaños. Piel curtida por el sol y el humo del tabaco. Las manos secas con las uñas sucias y largas, demostrando la falta de cuidado y el pobre estilo de vida.

            Le habían emboscado, pillado con la guardia baja, en un minuto donde su melancolía estaba al máximo, imposibilitado de pensar, de razonar correctamente… y en el momento exacto en el que quiso derrumbarse; lograron apresarle. Ya luego sólo recuerda las múltiples palizas, sus inconscientes deseos de defenderse, su autocontrol para no caer ante aquella bestia en su interior dispuesta a degollarlos con sólo un suspiro, los cortes con esa simples, pero filosas dagas, el aullido de la fiera al ser atrapada, la sensación de la gasolina irritando aún más su piel y los malditos cigarros a medio apagar.

            ¡Iba a vengarse!

            Esa pequeña meta conseguía aplacar sus desenfrenados deseos por acabar de una vez con su sufrimiento, evitar caer al sueño eterno sin más que llevar su propia alma al infierno… ¡No! Iban a pagar el daño que le habían causado, conseguiría salir de esto y devolverles la angustia que se había extendido por casi seis horas desde iniciada la cacería. Los cortes en sus carnes, la tortura de sus miembros, la agonía de sus sentidos… ¡Todo! Conseguiría sobrevivir, los arrastraría con él hacia el averno y, si llegado el momento no pudiese caminar más entre los vivos, se uniría con ellos al amanecer.

            Por un instante respiró aliviado. A pesar de sentirse como los mil demonios aun pensaba en morir de manera digna, con sus honores y grados, acallando los miles de rumores sobre su propio equilibrio mental. Nunca llegaría a transformarse. ¡Jamás sería como ellos! El velaría hasta el último segundo por la seguridad de su pueblo, tanto de sus iguales como de los humanos. Así, cuando su reinado llegara al final, lo haría con la cabeza en alto, con su imagen de ejemplo para que su sucesor valorara el sacrificado trabajo y siguiera su esfuerzo. En la historia de la vida, su nombre no sería manchado.

            ¡Edgar von Blooder sería el Emperador de los Vampiros hasta el final!

            —Oye, Brand. Ya es hora de incinerarlo ¿No crees?

            El mayor de los cazadores se le había acercado dudoso al ver como su pecho no pronunciaba quejido alguno. El otro, que se encontraba unos metros más allá fumando recostado sobre unas bolsas de basura, emitió un chasquido cansino.
            —No podemos. Snake dijo que debíamos mantenerlo con vida hasta que llegara.
            —¿Fue a alimentarse? —preguntó con cautela.
            —Es lo más seguro, viejo.
            El mayor se sacudió los hombros, tembloroso.
            —¡Demonios! Me da escalofríos de sólo pensarlo.
            —Mientras esté de nuestra parte no debemos preocuparnos. Y en cualquier caso, si se atreve a engañarnos, lo cazamos y ya —exclamó indiferente.
            —¡Es un vampiro, Fred! ¡Nos matará antes de que nos podamos mover!

            El joven apagó el cigarro con saña en una de las bolsas a su lado y le miró furioso.
            —¡Deja de mearte, anciano! Llevamos años en esto, no te acojones ahora. Ya tengo un plan para deshacernos de Snake en un par de años más, cuando cacemos al Sucesor. Después de eso, lo eliminaremos.
            —No sé, Fred… —Le miró dubitativo.
            —¡Escúchame bien, Igor! ¡Ya estas metido hasta el tuétano en esto! Ni se te ocurra delatarme o escaparte porque voy a hacer que parezca suicidio —Amenazó con una sonrisa cínica—. ¿Entiendes? —El anciano asintió fervientemente. Fred se levantó con parsimonia y se acercó al cuerpo cuidadosamente apoyado en una destartalada pared de concreto.

            Se encontraban en una construcción abandonada, en el piso que supondría a ser el subterráneo. Había un montón de fierros desmantelados, paredes de concreto agrietado y arena y gravilla sucia por el excremento de las ratas. Fred tenía claro que el tipo frente a él, apoyado en la muralla con la mirada oculta y el cuerpo agarrotado, era uno de ellos. Un abominable sujeto lleno de perversión y lujuria, dispuesto a matar para conseguir sangre y con siglos y siglos de conocimiento impropios de un humano. Él era el Rey de su secta, el soberano de todos esos apestosos chupasangres. Porque ése era un vampiro, igual o quizás más fuerte que el que estaba apoyándolo en las sombras. Sabía que el tal Snake deseaba la cabeza del Monarca y poco le importaban los motivos, simplemente él cumplía con la misión que le encomendara su abuelo antes de morir.

            Porque él era un Salvador.

            Una pequeña risilla se escuchó claramente en todo el silencio del lugar, sumiendo el ambiente en una tensión casi palpable. Edgar no pudo evitar que una mueca de auténtica burla se dibujara en su ensangrentado rostro. El joven frente a él le pateó las costillas con saña.
            —¡¿De qué mierda te ríes, maldito chupasangre?!
            Edgar masculló con la voz ronca e hipnotizante, llena de genuino desprecio.
            —¿Un salvador? —Contuvo una carcajada al ver el semblante del tipo completamente atónito. Entrecerró los ojos tal y como lo haría un animal acorralando a su presa—. ¿Y salvador de qué? ¿De tu propio miedo a morir? ¿De tu temor a no ser nada más que un recuerdo en la tierra? —Sonrió con ironía y bajó el tono de su voz causando un estremecimiento a sus aterrados oyentes—. Dime algo, ¿A quién quieres engañar? No eres más que un títere manejado con hilos delgados que de un segundo a otro desaparecerán en la nada.

            Fred le tomó por el cuello de la desmadejada camisa con la cara desfigurada en completo terror.
            —¡¿Cómo sabes…?! ¡¿Cómo sabes lo que pienso?!

            El antiguo Emperador tensó los músculos mientras le veía fijamente a los ojos. Su voz se escuchó como un mensaje traído del viento… débil, pero envolvente.
            —Todos nosotros… leemos la mente.

            El viejo que se encontraba unos metros más allá cayó al piso de la impresión.
            —¡¿Lo ves, idiota?! ¡Snake sabe que planeas traicionarlo! ¡¡¡Nos matará!!!
            —¡Cállate, jodido maricón! —Vociferó a su compañero y desvió la vista hacia el frente donde ése rostro cubierto de cabello albino mantenía los ojos cerrados y una mueca socarrona—. ¡Nos está mintiendo! ¡Nos quiere asustar!

            Edgar abrió los ojos mostrando un iris de extraño color dorado con las pupilas alargadas como las de un felino hambriento.
           
            Es la verdad.
           
            El pensamiento se escuchó en ambas mentes humanas.

            Igor se congeló en el piso deseando salir corriendo del lugar mientras que el temor de Fred consiguió que soltara el cuello de su víctima, trastabillando con algunas piedras para caer de espaldas entre esas bolsas repletas de basura.

            Edgar les miraba de manera soberbia, escuchando sus aterrados pensamientos como un elixir para apaciguar su venganza.

            “¡Nos va a matar!”
            “¡Snake lo sabe!”
            “¡Tengo que huir!”
            “¡¿Qué mierda hago?!
            “Dios te salve María…

            Una tétrica y sardónica carcajada salió de los labios del emperador ante la patética plegaria.
            —¿Pidiéndole ayuda a Dios? ¿Por qué iba Él a escuchar sus plegarias? Si ni siquiera ha escuchado las mías —Pensó al último. El rostro de Fred mostró algo de valor luego de escuchar las irónicas preguntas.
            —Ustedes son abominaciones, Dios nos libre de sus garras —Rezó mientras se levantaba tembloroso y sacaba de entre sus bolsillos una gruesa estaca de madera. Edgar sonrió arrogante clavando su dorada mirada en la contraria, causándole un temor indescriptible—. No podrás con…contra la gracia de su di…divinidad —Tartamudeó con los ojos fuertemente cerrados intentando controlarse y ganar algo de valentía—. Morirás… ¡Yo salvaré al mundo! —exclamó cual grito de guerra y, con la estaca de madera agarrada firmemente, corrió hacia el cuerpo del vampiro que simplemente le observó inexpresivo reflejando la más pura tranquilidad, esperando paciente como el joven autodenominado “salvador” empuñaba el trozo de madera en alto y la enterraba sin tapujos en el pálido pecho del Nosferatu.

            La sangre salpicaba los rostros de ambos de manera morbosa, recreando las pinturas antiguas de la matanza de aquellos seres inmortales. Fred sonrió maquiavélico, con la cara desencajada y los ojos desorbitados, la expresión de un verdadero sicópata asesino. Nada podría romper la atmósfera teñida de rojo de no ser por la expresión del que, se supone, debería estar retorciéndose del sufrimiento.

            Edgar no mostraba dolor alguno.

            Igor trató de arrastrar su viejo cuerpo hacia la salida, queriendo huir de aquella mirada que no reflejaba más que vacío, aburrimiento y hasta burla. Pero su intento de salir con vida quedó frustrado en cuanto esos ojos similares al oro recayeron en él.

            Después, todo quedó en la nada.