lunes, 10 de junio de 2013

Cuando Muere el Atardecer (Capítulo III)

III


            El tiempo pasa volando.

            Ese era el pensamiento de una joven que salía de su rutinario trabajo de secretaria. Llevaba una semana de regreso y ya se le hacia el tiempo eterno. El hastío que le provocaba estar a las órdenes de un jefe incompetente junto a la flojera de sus compañeros de trabajo lograba que recapacitara en, definitivamente, buscar otro trabajo donde realmente no se sintiera tan estresada ni envuelta en asuntos de los que ni siquiera tendría que hacerse cargo.

            Pensar en eso le daba jaqueca.

            Resolvió que no había motivo para darle más vueltas al asunto, al fin y al cabo ya había dejado su horario laboral y era hora de celebrar con una buena pizza, un gran vaso de su bebida favorita y su querida consola de PlayCube.
           
            Que no tuviera vida social no significaba que su existencia fuese aburrida.

            Feliz y esperando su tan ansiado descanso caminó hacia la pizzería más cercana pasando cerca del pequeño pasaje donde se había encontrado con el sujeto misterioso que huyó a mitad de la noche y del que nunca supo su nombre.

            —Hará un mes de eso —mencionó en voz baja mientras cubría sus manos dentro de los bolsillos de su chaqueta.
           
            Esa noche también había ido a la pizzería por el mismo motivo de ahora. La calle estaba extrañamente desértica haciéndole pensar que debía tener cuidado con los rateros que aprovecharían la soledad de la calle por lo que, con paso apresurado, siguió su camino al local hasta que escuchó un chillido tan agudo y martirizante que le bajó la presión. Quiso correr y hacer caso omiso a la ridícula curiosidad que siempre la embargaba cuando le ocurrían sucesos extraños, pero el movimiento de tarros y el sonido de cortes y desgarros le congelaron en la misma entrada del pasadizo.

            Y hubiese seguido parada como un poste de no ser por el extraño muchacho que venía a ella cojeando mientras se cogía el brazo cubriéndose parte de su pecho ensangrentado atravesado por una escalofriante estaca de madera.

            Cualquiera que viera a un tipo manchado de sangre y restos de sabrá Dios qué, correría como alma que lleva el diablo mientras se persignaba rogando clemencia.

            Pero ella no.

            Burra como ella sola prefirió correr hacia el tipo que no parecía pasar de los treinta y cubrirle con su gabardina gris para encaminarlo lentamente hacia su departamento.

             Recordó que el tipo estaba como ido, no emitió queja ni respondió sus preguntas. Al llegar a su habitación, simplemente se desplomó en la cama cosa que le sacó más de un grito de irritación. El sujeto mientras caminaba encorvado, parecía bajo de estatura y extrañamente flaco, pero estirado en su cama, apenas le dejaba espacio para sentarse en la orilla. Tenía una complexión atlética, de hombros anchos y musculatura marcada. La ropa le quedaba como segunda piel, y si no fuera por las monstruosas manchas de sangre pegadas a su cara, seguramente le parecería atractivo.

            Una verdadera lástima no saber su nombre.

            —Por lo menos se hubiera despedido el muy desagradecido —refunfuñó a la soledad de la calle.
            —Lo mismo pensé cuando me retiré de vuestra alcoba, mi bella doncella —Le contestó una profunda voz varonil.

            La joven evitó mostrar una horrorosa cara de estupefacción al escuchar el añejo cumplido.

            Algo descolocada miró a su alrededor para encontrar el dueño de aquella voz tan peculiar, dando con un muchacho que no tendría más edad que ella, de vestimenta gris elegante —por no decir pasada de moda—, cabellos claros que no sabría definir si rubio ceniza o blanco porque estaban tapados por un sombrero que parecía de la década de los veinte, y una altura muy superior al promedio. Coronaba su disfraz con unos lentes negros tan grandes y anchos que asemejaban al rostro de una mosca.
           
            La muchacha estaba segura de que el tipo había perdido una apuesta.

            —Disculpa, hijo. ¿Quién eres? —preguntó con amabilidad.
            El joven enarcó una ceja.
             —¿No me reconoce? —inquirió mirándola detenidamente mientras se quitaba los horribles lentes dejando a la vista unos bellos ojos dorados.
            —¿Debería? —Volvió a preguntar.
           
            El chico no respondió, sólo se dedicó a observarla algo descarado. Y aunque la joven no se sentía amenazada o nerviosa por el escaneo, sí estaba apurada. La pizzería no atendía después de las nueve.
            —Oye, sé que soy moderadamente atractiva, pero no como para dejar al sujeto congelado. ¿Te parece seguir con la observación después? Es que tengo que ir a comprar ahora.

            El joven pareció en extremo desconcertado, pero le cedió el paso y la siguió. La muchacha no tenía intenciones de que el tipo la persiguiera, pero eso era mejor a que cerraran la tienda y se quedara sin su preciada “triple queso”. El trayecto fue corto, un par de cuadras y la chica ya estaba en el mesón pagando su pizza con tanta emoción que Edgar no pudo evitar sentirse contento por ella.

            No creyó prudente presentarse de la nada, pero el comentario al aire de la chica le hizo responder sin premeditarlo. Además pensó que la joven lo reconocería nada más verlo, empero, ni siquiera lo recordó, lo que le hizo pensar dos cosas: la señorita tenía mala memoria o era muy despistada.

            Veinte minutos más tarde y la mujer recorría las calles con una humeante y apetitosa pizza pensando mil y una formas de continuar con su juego donde había quedado desconociendo inconscientemente al joven que la seguía totalmente enfurruñado.

            Edgar no estaba acostumbrado a que lo ignoraran, menos una chiquilla humana así que estuvo todo el camino hacia el departamento pensando en cómo iniciar una conversación con ella con las intenciones de disculparse por la forma tan desconsiderada en la que se marchó y sin siquiera dar las debidas gracias por los cuidados que gratuitamente le otorgó la joven, pero ésta no le daba ni la hora. Aunque él no haya iniciado una conversación, por lo menos la muchacha debería intentar charlar con él, ¿No? Es lo más educado que podría realizar.

            No se había dado cuenta de cuánto tiempo llevaba siguiéndola hasta que ésta le cerró la puerta del departamento en la cara.

            Y como si de un chiste se tratara esperó pacientemente hasta que la joven recordara su existencia.

            Si es que ocurría.

            Mientras, la chica de la pizza reía como desquiciada. ¡Al fin tenía todo lo indispensable para pasar su fin de semana pegada al televisor! Echada en una suave alfombra del living, se encontraba frente a su viejita tele de catorce pulgadas con el PlayCube ya prendido, su rica bebida, el trozo de pizza en la mesa baja y la luz apagada, todo listo para continuar con ese jodido juego que no lograba superar.

            El chico que la seguía seguramente la trataría de loca e infantil. No es que le importara mucho, pero… ahora que se acordaba ¿Dónde estaría? No recordaba haberse despedido… a menos que…

            —¡Oh rayos! —masculló mientras corría hacia la puerta de entrada donde, justamente, se encontraba ese joven, esperándole con una inconfundible mueca de molestia.

            Quería que se la tragara la tierra. Pero esperó un par de segundos y comprobó que la Madre Naturaleza no estaba a su favor.

             No le quedó otra que sonreír de forma descarada.
            —Amigo, lo siento, es que estaba tan emocionada con… —Prefirió cortar la explicación y mejor lo dejaba entrar antes de que se enfurruñara más de lo que estaba—, ¡Ejem! Bueno, pasa. Estás en tu casa, eh —Se hacía a un lado dejándole pasar y cerrando la puerta tras de él. Vio como caminaba un par de pasos y se quedaba mirándola de frente esperando su atención—. Bueno, entonces, ¿Qué querías venderme? —preguntó con una sonrisa que se ensanchaba a cada segundo que veía la cara de estupefacción del chico. Era tan gracioso tomarle el pelo a la gente.

            Edgar, por otra parte, estaba que se lo llevaba el diablo. La chica no le reconoció al verlo, le hizo seguirla por toda la calle hasta llegar a su casa, le cerró la puerta en la cara, lo tuvo esperando veinte minutos para poder hablar con ella ¡¿Y ahora le sale con que lo cree un comerciante?!

            —Realmente eres malo para tomar una broma —Le hizo saber la joven con un semi sonrisa adornando su cara mientras se iba frente al televisor tomando el control de la consola.

            Edgar no le respondió. Observaba el pequeño departamento que semanas antes le había cobijado. Era pequeño, pero acogedor. No estaba muy decorado y sólo tenía lo indispensable: una mesa con cuatro sillas, unos cuadros de paisajes verdes que le hicieron recordar la vieja Transilvania, una estantería llena de libros, una mesa de centro pequeñísima junto al televisor y un sofá de tres cuerpos.

            Un departamento bastante cómodo para alguien solo.

            Luego de pasar la vista por el lugar quiso acercarse a la chica que ensimismada observaba la tele y como poseída apretaba unos botones de una cosa con forma de mango de una manera tan rápida que hasta a él le dificultaba seguir con la vista, sin embargo, tenía una cara tan concentrada que hasta le daba pena sacarla de ese mundo.

            Era ver una niña.

            Aunque ahora que lo pensaba ¿Qué edad tendría?

            —Excuse —carraspeó intentando conseguir la atención de la joven, y por la leve mueca que realizó la chica con su cabeza, pareció obtenerla—, yo quería disculparme por la forma tan soez en la que me marché. Sé que al menos debí avisarle o implícitamente, venir antes, pero —Edgar no sabía si continuar con la explicación, la chica estaba tan sumergida en esa pantalla de colores que parecía indiferente a todo. ¿En verdad esa humana lo estaba ignorando?—, tuve diversos reveses y en mis compromisos no pude hacerme un espacio. ¿Me entiende?

            La chica presionó una tecla de su control y el juego quedó en “pause” e inmediatamente después dirigió su vista hacia un incómodo Edgar que esperaba una contestación. Le repasó con la vista un par de veces y luego mencionó:
            —¿Todavía no te has sentado?
            Edgar casi suelta un gruñido.
            —Señorita, intento tener una conversación normal con usted desde hace una hora, pero no me toma en serio.

            Esta vez la muchacha se levantó de su cómoda alfombra y acercó una silla al sofá y mientras se colocaba en el mueble, le apuntó al joven que se sentara. Edgar no lo pensó dos veces y se acomodó en el sofá tomando una postura elegante y soberbia. A la chica le tomó un par de segundos acomodar sus ideas al ver esa mirada felina atenta a cualquier movimiento que realizara.

            Por primera vez se sintió intimidada.

            —¿Ahora sí podemos conversar? —preguntó el mayor con la voz baja, casi susurrante que a la joven le pareció amenazador.
            —Bien —Intentó no carraspear para que no notara su nerviosismo—, sé que eres el chico que rescaté esa noche y comprendo que quieras darme las gracias, pero, no entiendo tu insistencia. Creo que es algo… —No pudo continuar por la interrupción del albino.
            —Lamento la insistencia y me disculpo si eso le ha asustado —La chica le miró seriamente tragándose el reclamo por haberla interrumpido y creerla cobarde—, pero comprenda que esto no es algo anormal. Es lo que todo caballero debe hacer como símbolo de apreciación.
            —¿Perdón? ¿Me estás diciendo que esto lo haces para mantener tu moral en alto y no porque realmente deseas agradecerme?

            Edgar, hasta el momento, no había pensado que sus palabras podían ser tomadas de esa forma.

            —Siento haberme expresado de esa forma. Creo que no hilé bien mis palabras. Sólo quería expresarle mi gratitud y, por supuesto, mencionarle que puede contar con que le devolveré el favor, mi señora. Usted ha sido de mucha ayuda.
            —No, gracias, así está bien —Sonrió la chica mientras hacía un ademan de relajo con sus manos.
            —Lo siento, pero no suelo tener deudas con nadie —Instó el mayor.
            La joven al parecer no estaba acostumbrada a que le insistieran tanto porque frunció el ceño mientras le miraba fijamente.
            —Dije: No, gracias, así está bien —repitió marcando cada sílaba con un tilde de voz algo grave para ser femenino.       

            Edgar decidió no continuar con esa absurda discusión. Suficiente tiempo había perdido intentando hablar con ella como para ahora pretender comprenderla. Para su anticuado ser, la muchacha representaba toda una mezcla de generaciones que no le veía ni pies ni cabeza. En la época actual, ¿Qué muchacha se encierra en su casa para jugar con un televisor? ¿Y esa forma de tratar a la gente y sobre todo a los desconocidos? Sin duda esa chica tenía una suerte anormal. A cualquiera en su lugar ya le habrían robado, quizás hasta golpeado.  

            Demasiado temeraria y grosera para su gusto. Aunque su olor le seguía pareciendo indescriptiblemente delicioso.

            El estruendo del teléfono que estaba al lado del televisor le hizo encogerse en el sofá sacándolo de su sopor. ¡¿Por qué rayos tenía un pitido tan agudo?!

            Sin disculparse por cortar la conversación, la joven tomó el teléfono con un dejo de aburrimiento.
            —Dime —contestó la chica. Edgar puso atención a la voz femenina del otro lado.
            —Oye ¿Vas a venir o no? Acá todos estamos esperando.
            —Ya te dije que no, que tenía un compromiso —mintió descaradamente.
            A Edgar casi se le escapa decir: Con el televisor.
            —¡No te creo! ¡Seguro te encerraste a jugar ese estúpido juego que llevas meses queriendo terminar! —La joven masculló una maldición al verse descubierta y el vampiro rió por lo bajo, aunque no lo suficiente como para que la chica del otro lado de la línea no lo escuchara—. Wow, wow, wow, espera… Eso que escuché, ¡¿Es un hombre?!
            —¡No! ¡Quiero decir, sí; pero no es por lo que tú crees! —respondió nerviosa tratando de tapar el auricular mirando por el rabillo como el chico, para ella desconocido, reía con más fuerza.
            —Sí, claro —Enfatizó con burla la otra joven—, ¿No eras tú la que decía que te faltaba una buena sesión de sexo para pasar el estrés? —Edgar se atoró de la sorpresa y la joven trataba de esconder la cara detrás de su espeso cabello. ¡¿Qué rayos conversan las mujeres hoy en día?!, Se preguntaba el vampiro—. Pero bueno, si es por eso, entonces me despido, ya sé cuál era tu otro compromiso, pero por si las dudas, si ese chico te suelta luego, vienes ¿Vale? Nos vemos.
            —¡No, espera, no es lo que piensas…! —La amiga ya había colgado—. ¡Carajo!

            La chica se quedó mirando el teléfono, indecisa si llamar a su amiga para aclarar el malentendido o simplemente marchar a esa fiesta y responder sus preguntas allá.
            —¿Usted le dice a sus amigas que… quiere… “eso”? —No pudo evitar la pregunta. Realmente le había impactado la forma tan “liberal” en que esa jovencita tomaba el tema.
            —Bueno… —Tomó un par de bocanadas antes de soltar sus ideas al que tenía una cara de retrogrado total—. Lo hago como broma para aligerar el ambiente o iniciar un tema. Aunque realmente si necesito algo para botar mi estrés —susurró lo último sin saber que Edgar podía escucharla perfecto y claro—. Pero son cosas entre amigos, ¿Acaso no haces lo mismo con los tuyos? —indagó, esperando escuchar una respuesta positiva, pero Edgar no estaba para la labor.
            —No hablo de mi vida sexual con mis amigos puesto que eso es algo personal. No uso ese tipo de bromas pues sería algo descortés para con la mujer. Y realmente considero que un tema como ese debe ser tratado sólo con la pareja, sin amigos de por medio —Ante su discurso, la joven le prestó demasiada atención, tanta que casi se sintió como un profesor regañando a una alumna—. Además este tema no es apto para que las damas lo conversen. Demuestra desvergüenza.
            La chica hirvió de rabia al escuchar esas últimas palabras.
            —Eso fue machista. Haces ver que la mujer que bromea o comenta un tema sexual se tilde de “suelta” o impudorosa. Como si no tuviese los mismos derechos que tiene el hombre para bromear con sus amigos. ¿Acaso me crees inferior a ti por el hecho de ser mujer? —Le encaró acercándose amenazante, mas, Edgar no se movió un centímetro.
            —No menos, pero naturalmente es más débil que un hombre. Nuestro deber como caballeros es proteger a una dama, respetarla y que ésta se haga respetar. Nosotros valoramos increíblemente a aquella mujer que muestra recato en temas tan delicados como éstos.

            La joven le miró con aprensión aunque encontrándole bastante razón en su alegato. Ella misma se incomodaba con esos temas, aunque nunca lo mencionaba con intenciones morbosas, únicamente lo hacía para ayudar a sus amigas o en su defecto para bromear un poco. No tenía intenciones escondidas al respecto, pero como toda mujer feminista, le costaba horrores asumir que lo que le decía ese hombre era bastante aceptable. 
            —Entonces por no mostrar decoro en estos temas, ¿Soy una desvergonzada? —preguntó, ya sin algo con qué debatir.
            —No, sólo que usted es algo especial para elegir temas de conversación —Le sonrió con simpatía.

            La muchacha también le sonrió en respuesta y se encaminó hacia la habitación con un curioso Edgar siguiéndola. Tomó un par de prendas y se encerró en el baño. Desde adentro la joven le gritó:
            —¡Oye, si no tienes donde pasar la noche puedes quedarte, yo tengo que salir!

            El vampiro volvió a sorprenderse. ¡¿Esa muchacha iba a dejar a un desconocido durmiendo en su cuarto?!

            —Y por lo de desconocidos, no te preocupes, con que me digas tu nombre, basta —mencionó entrecortado por el apuro de vestirse. Edgar casi se sobresalta al pensar que esa muchacha pudiera leer la mente—. Y no, no leo la mente.
            —¿Ah, no? —masculló el albino.
            —Sólo que me pareces una persona de costumbres antiguas y como te pareces a mi abuelita, pienso que debes sentirte incómodo por la excesiva confianza que te doy. Pero pareces digno de mi amistad, no te preocupes.
            —Vaya —No se le ocurrió que más decir. Sobre todo, al notar que era comparado con una abuelita.
            —Entonces —Salió del baño ya vestida con un pantalón de jeans, un peto lila y un chaleco largo de color blanco. El vampiro le dio el visto bueno: un conjunto simple y recatado a pesar de que no consideraba las prendas propicias para una dama—, ¿Me dirás tu nombre? —Terminó por preguntar con una sincera sonrisa.
            El albino, con un ademan antiguo y sofisticado, tomó la mano de la joven y besó la palma de forma delicada. Fijó sus dorados ojos en los de color chocolate y susurró su nombre de forma varonil y suave. —Edgar Von Blooder, a su servicio.

            La chica, algo incómoda y avergonzada, retiró su mano con un poco de brusquedad. Cada minuto que pasaba estaba segura de que ese tipo, Edgar, junto con su abuelita, serían excelentes amigos. Demasiado elitismo para su gusto.

            Con prisa, tomó su bolso, algunas cosas del velador y salió rápidamente de la habitación dejando al vampiro con la curiosidad plasmada en la cara. Al llegar a la puerta de salida, exclamó con fuerza:
            —¡Oye, Edgar!, si sales de la casa antes de que llegue, por favor cierra con pestillo —Y sin medir consecuencias por dejar a un ajeno en su hogar, partió a buscar a sus amigos al antro en el que estaban.

            El vampiro, observaba la puerta de esa pieza con una expresión que denotaba lo estupefacto que estaba.

            ¡¡Esa niña estaba loca!!