IV
“Pub,
La Desquiciada”
Edgar,
desde lo alto de un edificio, estaba seguro de que el nombre de ese local era,
por mucho, el adecuado.
Estaba
lleno de desquiciados.
La
chica había entrado allí hace unos cuarenta minutos según su reloj de bolsillo.
Y quiso seguirla dentro para, por lo menos, completar su misión: saber su
nombre. Pero cuando estuvo a una cuadra de ingresar al local, el asqueroso
bullicio casi le hizo explotar el tímpano.
¡¿Qué clase de porquería musical escuchan
los humanos de ahora?!
Así
que, con la frustración tiñendo su cara, tuvo que resignarse a esperarla desde
la azotea del edificio de treinta pisos ubicado al frente. Al menos desde esa
altura esas desastrosas notas musicales no perforaban sus finos oídos.
Pasaron
un par de horas cuando la jovencita salió del local, aunque acompañada de un
tipo que estaba abrazándola. Ambos pasaron ante la mirada del vampiro que de
inmediato se dio cuenta del estado de embriaguez del sujeto. La joven apenas
podía con el peso del borracho que mascullaba cosas por lo bajo mientras le
pedía opinión a su compañera que, algo más lúcida, le afirmaba sus comentarios.
Se
quedaron en una esquina esperando un taxi y cuando éste se acercó, ambos
subieron y partieron hacia el norte de la ciudad.
Edgar
siguió el vehículo saltando en los techos de las viviendas, haciendo gala de su
agilidad, hasta llegar a un barrio pobre y lleno de mujeres en las esquinas. La
chica bajó al joven con dificultad y se dirigieron a lo que parecía un hostal.
En lo que golpeaban para poder entrar, Edgar pensaba en la ligereza de la moza
para entrar con un amigo a un lugar tan impúdico. Estuvo tentando en
despreciarla pensando en que el interés que le había despertado era totalmente
infundado, hasta que escuchó un golpe y un millar de gritos en dirección al
hostal. Con sorpresa observó como una mujer regordeta con enrulados en la
cabeza y máscara de pepinos en la cara, despotricaba contra el chico que, más
dormido que despierto, le pedía disculpas y rogaba perdón. De una oreja lo jaló
hacia dentro y se justificaba con la jovencita que se despedía con una
maliciosa sonrisa en la cara. Sin poder creerlo, y extrañamente aliviado, la
siguió en la oscuridad de la calle viendo como sacaba un aparatito de su
cartera y se injertaba unas extrañas esferas en los oídos. Gracias a su fina
audición, se dio cuenta de que una composición se podía escuchar saliendo de
aquellas cosas. Una melodía muy distinta a las escuchadas en ese antro y que, a
su gusto, era bastante buena. La vio seguir la huella y apresurar el paso,
seguramente para esperar algún vehículo que pudiera llevarla hasta su casa y
pensó en presentarse para escoltarla cuando, de un segundo a otro, desapareció
en un callejón.
Alarmado,
ingresó al minúsculo espacio encontrándose con una desagradable escena: le
estaban robando.
—¡Suelta
la cartera, perra! —Exclamaba el ladrón que tironeaba el pequeño bolso que la
joven no cedía a pesar de la fuerza bruta del tipo.
—¡A
tu abuela llamarás perra, jodido idiota! —Y por raro que pareciera, la chica
tenía más cara de disgusto que de asustada.
En
el forcejeo Edgar notó como el ladrón sacaba de su chaqueta una espantosa
cuchilla dispuesta a clavársela en el abdomen a la muchacha y estaba a punto de
entrar en escena cuando, horrorizado, la vio caer al suelo llevándose al
tomador con ella.
Un
aullido de dolor coronó la escena.
El
tipo se revolcaba de dolor en el piso gracias a una inesperada y fuerte patada
en su virilidad. La joven se levantó furiosa al notar sus ropas sucias y
tomando su bolso, volvió a patear al sujeto en la cara. Sin siquiera notar al
vampiro, pasó por al lado mascullado mil y un improperios sobre cómo iba a
quitar las manchas de aceite de su chaleco favorito. Edgar sonrió asombrado. La
jovencita era un espécimen de lo más extraño y no podía evitar preguntarse en
su anticuada mente:
¿Dónde está la femineidad en estos días?
Por
otro lado, la chica estaba que se la llevaba el demonio. Había ido a ese antro
para aclarar las cosas con Dael, su mejor amiga, pero le salió el tiro por la
culata. La agarraron de burla en burla, y en su molestia terminó tomando unos
cinco combinados de sabrá Dios qué, hasta que vio a su amigo “computin” caer en
la mesa más borracho que una cuba y a sabiendas de que su madre era un ogro se
ofreció a llevarlo —En realidad nadie le presto atención ya que estaban todos
en el bailoteo—, y cuando llegó, sus sensibles oídos escucharon el rosario de
insultos que le tocaron a su amigo borrachín, aunque la parte final donde le
tiraron de las orejas le hizo aguantarse la carcajada y después se marchó con
rapidez para encontrar un taxi que la llevara a su casa antes de que se pasara
la noche, a sabiendas de que en ese barrio difícilmente encontraría un vehículo
por lo peligroso del lugar. Se puso sus audífonos para al menos hacer más amena
la caminata cuando siente que le tiran de su chaleco hacia una pared donde su
cabeza rebotó con algo de fuerza y advirtió de inmediato las intenciones de un
estúpido para llevarse su querido bolsito. Y como esas cosas ya le habían
pasado, se las ingenió para poder pegarle al tarado sin tener en cuenta el
asqueroso piso bajo ella. De haber sabido que el suelo estaba con aceite y
quizás que cosas, hubiese ingeniado otra táctica. Pero no, tenía que hacer las
cosas a la primera y ahora despotricaba contra todos los santos habidos y por
haber porque estaba segura de que ese chaleco quedaría marcado de por
vida.
Y
ahora tendría que llegar a su casa solamente para desvestirse, lavar su ropa y
dormir. Ya no tenía ganas de continuar con su juego.
—Se
ve que la ha pasado mal, querida dama —Comentaron a sus espaldas.
La
chica observó a Edgar que estaba siguiéndola nuevamente, y como estaba con el
enojo a tope, difícilmente contralaba su viperina lengua.
—¿Se
te ofrece algo, niño? —preguntó con cara de mala leche.
Extrañamente,
al vampiro, el ácido tono de voz le causó gracia.
—No
tiene que enojarse conmigo por las cosas que le han pasado. Eso sucedió porque
salió de casa tan tarde. No es algo normal en una jovencita.
La
mujer le miró con molestia.
—Tremendo
machista eres. Las cosas peligrosas pueden pasar tanto de día como de noche, y
el que salga a la calle a las doce es cosa mía. Si me expongo es porque sé a lo
que me enfrento.
Buena respuesta, pensó el mayor.
La
siguió a pesar de que la joven aumentaba el paso. La vio apretar los puños y
tratar de despejarse la cara debido al cabello desordenado. Pasaron por una
concurrida calle llena de mujeres de vestimenta estrafalaria y para estupor de
Edgar, de hombres con vestimenta femenina. Todas saltaron buscando acercársele
y a pesar de que su rostro mostraba indiferencia, por dentro deseaba que las y
los chicos desaparecieran de visual. Con molestia se dio cuenta de que la
jovencita que seguía le observaba a una distancia prudencial con una astuta
mueca plasmada en la cara. Y usando algo de fuerza, consiguió hacerse paso para
continuar siguiéndola dejando un montón de chiflidos y comentarios obscenos a
sus espaldas que, de haber sido un tipo vergonzoso, se le hubiesen puesto rojas
hasta las orejas.
Cuando
la tuvo a la par siguieron caminando, esta vez juntos. Edgar no pudo evitar el
reclamarle por haberlo dejado a expensas de semejantes individuos. Para su
sorpresa, la joven le respondió:
—No
tienes que enojarte conmigo por las cosas que te han pasado. Eso sucedió porque
saliste de casa tan tarde. No es algo normal en un jovencito.
La
palabra “venganza” estaba grabada en ese comentario.
Hasta
ahora Edgar pudo sacar pocas, pero evidentes conclusiones de la chiquilla que caminaba
a su lado. Era rara, gustaba de la pizza mirando el televisor, de pensamientos
feministas, y una rencorosa en potencia.
La
joven le observó por un momento mientras se detenía en la esquina de un
paradero.
—¿Te
gustaría tomar un té en mi casa? —Lo invitó con sinceridad. Edgar quiso aceptar
casi de inmediato, lamentablemente un pequeño cambio en el ambiente le hizo
rechazar la oferta. Fue leve, pero la decepción pasó por el rostro joven—.
Bueno, que importa. Al menos ya sabes donde vivo, puedes visitarme si gustas,
siempre que sea después de las siete —dijo con simpatía dispuesta a marcharse.
—Espere
un momento —Ella le miró interrogante—, hemos pasado casi toda la noche juntos
y a pesar de nuestra pequeña convivencia no me ha permitido saber su nombre —concluyó
el mayor, confundido.
—Ah,
claro. Discúlpame —Tendió su mano al otro para que la tomara—. Mi nombre es Du,
un gusto.
El
gesto masculino paralizó a Edgar por unos segundos. Tomó la extremidad con
delicadeza e iba a cambiar su ademan para besar la palma cuando la joven retiró
con rapidez su mano. Du, para extrañeza del vampiro, tenía un mohín de
desagrado, mezclado con duda en una sonrisa que más parecía que a la chica le
había dado parálisis facial. Una mezcolanza bizarra.
—No
te sientas mal, pero eso que haces me da la sensación de que estoy en una
película hentai[1]
donde yo soy una princesa babosa y tú eres el mayordomo depravado —respondió a
la pregunta mental del vampiro mientras se despedía con la mano alzada
corriendo para alcanzar un taxi.
Edgar
lo único que entendió de la charla era que ella se consideraba una babosa y a
él un… ¿Depravado?
¡¿Qué demonios significaba hentai?!
Dejó
a la joven marchar sin pedir explicaciones mientras colocaba su mente en blanco
y con una rapidez sobrenatural retrocedió cerca de dos cuadras para ingresar en
un callejón cerrado donde un individuo le esperaba arrodillado con la mirada
puesta en el piso cual fuese caballero de la Edad Media.
—¿Qué
ocurre, Alexander? Les dije claramente que me ausentaría siete días —dijo en
tono de mando que, ya sea por el lugar o la oscuridad, sonó amenazador.
Un
imperceptible temblor recorrió el cuerpo del joven encorvado que levantó su
rostro mostrando un perfil aniñado, de cabellos castaños y ojos en tono verde
claro.
—Lo
siento mucho, mi Señor, pero Gregorio se ha enterado de que desean derrocarlo.
—Eso
es algo común, Alex. No amerita que vengas a mí.
—Señor,
el Comité comenzó una investigación y se ha llegado a la conclusión de que el
anterior ataque sólo era un señuelo, ya no estamos peleando con humanos o
cazadores. Me temo que se trata de Los Exiliados.
El
rostro del líder mostraba una seriedad absoluta.
—¿Qué
tan fehaciente es esa información?
—Abdel
y Baruc fueron vistos hace dos días en la península de Italia —respondió el
otro, rápidamente.
—De
ser así habrían buscado al Consejo de Ancianos, tendríamos noticias de un
atentado.
—A
Gregorio le avisaron hace unas pocas horas: El Consejo de Ancianos fue
asesinado ayer —El mayor le miró con insistencia—. La probabilidad de que hayan
averiguado su paradero es muy alta.
—¿Temen
que vengan hasta aquí?
—Es
factible.
Edgar
se quedó en silencio mientras devoraba esa información. La noche del ataque él
había tomado el lugar de un subordinado esperando despejar sus tormentosos
pensamientos. El vampiro que preparó la trampa no lo esperaba a él y por ello
se jactó tanto cuando lo reconoció. La ausencia del tal Snake significaba que
estaba avisando a otro que habían capturado al pez gordo. Y aunque ya no estuviera
en sus garras, su ubicación había sido revelada. Realmente había sido muy
descuidado.
Unas
ondas de malestar lo sacaron de sus pensamientos y enfocó la vista en Alexander
notando su nerviosismo. Estaba claro que deseaba preguntarle algo, pero la presencia
imponente del albino le retenía. Satisfecho de causar esas reacciones le
concedió la palabra al más joven que le miraba pasmado.
—Disculpe,
Mi Señor, pero la pregunta es algo personal y no me creo con las suficientes
facultades como para realizarla.
—Tienes
mi autorización, Alex —mencionó el líder, con condescendencia.
Las
manos del subordinado sudaban de los nervios, pero al final se decidió a
preguntar aun sin mirar a los ojos del mayor.
—¿Qué
lo motivó a salir de su retiro, Emperador? —La pregunta pilló desprevenido a
Edgar que reprimió mostrar su estupefacción. Su compañero continuó platicando
evitando trabarse la lengua de los nervios—. Hace más de ochenta años que no
salía de su mansión y a lo sumo era por pocas horas. Y ésta es la primera vez
en tres siglos que lo vemos interesarse en los humanos, y tanto Gregorio como
yo no sabemos si enturbiar este pequeño “relajo” con todas las cosas que han
ocurrido últimamente.
Edgar
no respondió de inmediato y con sinceridad, se dispuso a autoevaluarse. En
definitiva estaba llamando demasiado la atención con estos recientes “escapes
adolescentes”, pero decirles que en realidad era para agradecer a la jovencita —Du,
si mal no recordaba—, probablemente le aconsejarían escribirle una epístola[2]
con los detalles más un ramo de rosas. Sin embargo, la curiosidad pudo más y
ahora estaba bastante empecinado en entender la manera tan estrafalaria de ser
de la mujercita y por sobretodo interiorizarse más en los avances tecnológicos
que casi le dejan en estado de shock.
La
edad lo dejaba curioso.
La
falta inmediata de respuesta puso nervioso al novato y Edgar prefirió sacarlo
de sus dudas.
—Sinceramente,
sólo quiero hacer las cosas a mi modo. Pero te aseguro que, si esto pone en
peligro al Clan, desistiré. Tienes mi palabra. ¿Eso te da seguridad? —Aclaró
para dar fin a la conversación.
—Descuide
Señor. Confío en su criterio.
No
hubo más palabras al respecto. Ambos se retiraron dentro de una especie de
neblina que a cualquier ser cuerdo le daría escalofríos.
Las
horas pasaron, el día comenzó a aclarar, los pocos negocios que abren los
sábados estaban vacíos y todo por la monumental cruda que seguramente tomó a
todos los chicos que bebieron en un viernes por la noche.
Du
se sentía como nueva. Era lo bueno de no saber el significado de la palabra
resaca.
Y
aunque para ella, un sábado por la mañana significaba modorra y sueño pesado,
lamentablemente se había comprometido con Dael para salir a ver el centro
comercial y comprar algo para decorar la casa.
—No
querrás ir a una de esas convenciones ¿Verdad? —Le preguntó Dael.
—¿En
dónde los fanáticos se reúnen para probarle al mundo que no son anormales? No,
gracias —respondió con rapidez mientras miraba los escaparates con varios
muñecos, posters y dvd’s de series que en su vida había escuchado—. Cada día
traen más mercancía nipona y ni siquiera saben de qué se trata. Mientras tenga
ojos grandes y suene raro, se vende.
—Es
lo malo de seguirle la burra al grupo, si les gusta a muchos y a ti no, quedas
como el raro.
—Pues
que no nos importe ser los raros, somos marginados y felices con vida propia.
Eso ya es un logro.
Almorzaron
en un puesto de comida rápida y siguieron conversando cosas de rutina cuando un
extraño grupo de jovencitas y algunas no tan jovencitas rodearon a alguien que
al parecer no se sentía ni intimidado ni descontento por la situación.
—¿Sabías
de algún famoso que viniera por este lugar? —curioseó Dael luego de observar la
turba que se acercaba y preguntaba cosas una sobre otra como si estuvieran en
una conferencia de prensa.
—No
creo que ese “alguien” fuese tan estúpido, además por la horda esa debe ser un
tipo que necesita rellenarse el ego o tiene una bochornosa inseguridad de sí
mismo —respondió con completa convicción.
—¿A
quién le dice inseguro? —preguntó una voz masculina y molesta.
Para
sorpresa de Du, era el recién conocido Edgar que, junto a la montonera de
mujeres, le miraba con esos afilados ojos dorados y con una insistencia que
casi le hace suspirar de los nervios.
Casi.
—Oye
niño, ¿Qué tal estas? No sabía que eras famoso —mencionó mientras comía un
nugget y evaluaba la ropa del chico. “Malone” era lo único que se le venía a la
mente.
—No
lo soy —respondió con rapidez mientras miraba a su alrededor—. No sé por qué
estas damas están a mí alrededor —Aunque el tono no fue despreciativo, se
notaba incómodo. Las mujeres con sólo escucharlo chillaron enamoradas.
Dael
llamó a Du en complicidad hablándole al oído.
—¿Este
no es el pinche que tenías ayer?
—¡Que
no es pinche! —exclamó más alto de lo que debería atrayendo la atención de la
manada de progesterona —Ustedes sigan en lo suyo.
—¿Se
encuentra muy ocupada? —Indagó luego de ver la mirada embobada de la amiga—.
Lamento haber importunado, sólo quería hablar con usted un momento. Puedo
esperar si gusta, aunque no sería mala idea que me presentara —Mencionó
mientras se acercaba a la muchacha de cabellos castaños y tomaba su mano con
ese ademan tan horripilantemente elegante para gusto de Du—. Edgar, un placer
conocerla, ¿Me diría su gracia? —Se presentó el mayor esperando la respuesta.
—¿Mi…
gracia? —inquirió perdida.
—Te
está preguntando tu nombre —Aclaró la morena para luego tomar su jugo.
—Dael,
el placer es mío —Se dejó besar la mano con las mejillas arreboladas y con
todas las intenciones de incomodar a su amiga le susurró—. ¿De dónde lo
sacaste?
—De
un callejón —Reveló con rapidez aunque tuvo que aclarar algo del suceso ante la
mueca espantada de la chica—. Lo encontré herido en un callejón hace tiempo y
desde entonces nos hemos estado conociendo, es todo —Aunque no quiso aclarar
cuanto tiempo exactamente.
—¿De
veras? —Insistió extrañada con la mirada fija en los ojos dorados—. Que lindos
lentes de contacto… y el cabello —Admiró ante la rareza del color.
—¿Lentes qué? —pensó el albino—. Sí, como
decía la señorita Du, nos conocimos debido a una afrenta que asumí en uno de
los coladeros del centro y le estoy agradecido por su auxilio.
La
castaña le miró con extrañeza antes de que Du le aclarara la frase.
—Dijo
que nos conocimos por una pelea que tuvo en un pasaje del centro y que me está
agradecido por la ayuda.
—Ahh…
—exclamó sin más que decir, aunque no perdió las ganas de preguntar—. ¿Por qué
hablas tan raro? —dijo mirando al joven y luego a Du—. ¿Y por qué le entiendes?
—Es
cierto, no he tenido tiempo de preguntarte —insistió la morena.
—¿Será
porque cada vez que quiero que platiquemos surgen contratiempos, mi señora? —Hizo
ver con un pequeño tic en la ceja.
—Sí,
es cierto —Le dio la razón.
Dael
miró a ambos con confusión y preguntó con franqueza: —¿Ustedes son pareja?
Los
dos aludidos se miraron de arriba a abajo para luego reír con soltura.
—¡No,
para nada! Demasiado machista y retrógrado para mi feminista mentalidad —Du
sonrió con simpatía ante la imperceptible mueca de molestia del albino.
—No
podría haber peor mezcla, moza. La señorita presente es todo lo contrario a lo
que busco en una mujer —Explicó el vampiro para no quedar en menos, algo herido
en su orgullo.
No
pasó mucho tiempo para que el grupito de mujeres se marcharan al no tener la
atención del “apuesto caballero” que había llegado de la nada con ese traje
formal y lentes oscuros. Y aunque sabía que el estilo de ropa, a Edgar no
parecía incomodarle, Du no podía evitar imaginarse en una película de Al
Capone.
—Al
menos te deshiciste del grupo de urracas —comentó la morena cuando Edgar
decidió tomar asiento por su cuenta.
—Si
se les ignora, se van —mencionó como si fuese una gran verdad—. Y el hecho de que les haya inducido una
pequeña orden mental también ayuda —pensó con paciencia.
—A
muchas ese truco no funciona, es como si les dijeras “Mírame, estoy disponible
para casarme” —comentó la morena con escalofríos causando gracia en su
compañera—. Varias sienten que se las va el tren y se agarran de lo único que
les toque.
—¿Disculpe?
—bisbisó el albino, con enojo.
—Lo
siento, fue sin malicia —Se disculpó por el comentario aunque el albino le miró
con una cara que decía “eso no te lo crees ni tú”—. Pero es que no puedes
culparme… es decir ¡Mírate! Vistes terrible —dijo Du como si estuviera
adulándolo, y agregó—, No sé cómo las mujeres se pueden interesar en ti. Tienes
una nariz puntiaguda, ojos dorados… ¡Ni que fuera natural!, pelo albino o
blanco, no sé…¡¿Lo ves? Ni siquiera se diferencia el color! ¡Y tienes la gomina
pegada hasta el cuello! —La venita palpitante en la sien de Edgar se acrecentaba
con cada comentario mientras Dael se alejaba lentamente de la mesa mirándolos a
ambos—. Tez muy pálida, ¡Parece que te hubieran sacado del congelador! ¡¿Y aun
así babean por ti?! Eso es ridículo… ¿A dónde se fue el buen gusto de la gente?
El
vampiro hacia uso de todo su autocontrol y paciencia para no morderle el cuello
a esa jovencita que le faltaba el respeto sin reparos ni pensar en las
consecuencias. Tentado estaba de succionar todo ese líquido vital para cerrarle
la boca, aunque una parte de su mente lo congelaba en su sitio.
Quizás sabe a veneno por culpa de esa viperina
lengua, pensó con desprecio.
—Lo
bueno es que todavía quedamos mujeres con algo de criterio —Apuntó a su amiga y
así misma—. Tu serías mi tipo si no fueras tan “anticuado”, hijo.
—Asumo
que debo sentirme feliz por su comentario —comentó con la poca paciencia que le
quedaba.
—Oh,
no feliz, pero sí tranquilo —Le sonrió mientras le mostraba la lengua.
Dael,
quien miraba ambos flancos tirarse rayos mentales con grandes probabilidades de
causar un pandemónium no halló nada mejor que fingir que se le había acabado el
jugo para huir de ahí. Lamentablemente Du no estaba para la labor y terminó
yendo por ella.
Un
silencio incómodo se instauró entre ellos sobre todo por el aura resentida que
emanaba el albino gracias a las palabras sinceramente crueles de la muchacha
que no llevaba ni dos días queriendo conocer. A Dael le dio la impresión que el
muchacho se notaba confundido y ofendido.
—Discúlpala
—Edgar se sobresaltó al escuchar a la amiga—. Du suele ser así, algo “malvada”
con sus comentarios, pero tampoco lo hace con mala intención —Quiso disculpar,
pero hasta sus palabras sonaban hipócritas.
—¿De
verdad? —Alzó la ceja con las emociones a flor de piel.
—Bueno,
no es que lo haga con mala intención… o sea sí, pero… hay un trasfondo para que
se comporte así —Terminó la frase dando una misteriosa impresión.
—¿Y
cuál sería?
—Lo
sabrás, si aguantas —Le dedicó una amistosa sonrisa mientras veía como Du se
acercaba a la mesa.
—Jugo
de manzana a la orden, querida —Edgar notó que la morena entregaba la bebida a
su amiga con una dulzura asombrosa, como si la chiquilla a la que casi le
destripa la lengua no existiese.
Algo
había allí que le causó cuidado.
¿Acaso Du era… Le gustaban las…?
—¿Te
pasa algo, niño bonito? Te ves como ido.
Edgar
se sobresaltó al notar la mirada de la morena demasiado cerca de su cara.
—Nada,
pequeña. Desvaríos míos.
Du
le miró con sospecha, pero no le llevó la contraria. Se dirigió a su amiga que
preparaba su bolso. Preguntó sin poder evitar su mueca decepcionada.
—¿Ya
tienes que irte?
—Sí,
quedé de almorzar con él y ya debe de estar por llamar —Como si lo hubiese
invocado el timbre de un celular hizo eco en el patio de comidas de esa sala
llena de gente. Para Edgar fue el chillido más agudo y desafinado del que hubo
oído jamás.
—¡¿Qué
demonios es eso?! —Mencionó alterado
mientras se tapaba sus sensibles tímpanos.
—Un
ringtone algo añejo y malsonante —Miró a su amiga que le miraba con culpa—.
¿Cómo puedes tener esa “cosa” en tu celular?
—Es
que se des-configuró —Explicó ante un absorto Edgar que no entendía nada.
Con
sorpresa, Edgar comprendió que el aparatito que traía la tonada de los
infiernos era un teléfono, pero sin cables. Estaba francamente sorprendido
hasta que observó a Du con un aparato similar en las manos. Sin notar que
estaba violando la privacidad de la muchacha, y más metido en su curiosidad,
vio como ésta miraba la hora y se ponía a “Jugar” con la cosa chillona. No pudo
evitar las preguntas.
—¿Qué
haces? —Estaba tan absorto en la curiosidad que hasta se olvidó de tratarla de
“usted”.
—Juego
el Zelda para Java móvil.
El
albino le miró inexpresivamente unos segundos.
—¿Me
lo dirías en español?
Du
no creyó que alguien de su edad fuera tan ignorante en estos temas
tecnológicos, pero inconscientemente comenzó a instruirlo.
—El
celular, además de servir para hablar por teléfono, también tiene otros usos
como el escuchar música, tomar fotos, grabar videos, almacenar datos y jugar.
—¿Sale
música de esto? —Tomó el aparato con extrañeza, casi como si fuera un pequeño
duende.
—Sí,
¿Quieres oír? —No esperó la respuesta y entre su colección encontró uno de sus
temas favoritos—.Quizás no te guste, pero la verdad a mí no me simpatiza en lo
más mínimo la “diarrea auditiva” que se escucha hoy en día —Conectó los audífonos
que Edgar le vio anoche y de él, a un volumen moderado, salió la tonada de
Sting “Desert Rose”. Un tema relajante y de mezcla exótica. El vampiro se
mostraba desconcertado.
—Cuanto
han avanzado —comentó al aire dejando extrañada a Du.
—¿Tu
no usas celular? —Le preguntó para salir de la duda.
—Sinceramente no reconozco ninguna
de las invenciones que me ha exhibido —Reconoció sin temor aunque impresionado—.
Y la verdad es que si no me interiorizo con esto quedaré obsoleto en cuanto a
discernimiento —Hizo caso omiso al escuchar un “Ya estás obsoleto” y le
preguntó—: ¿Me auxiliaría al respecto?
La
morena no contestó, sólo se dedicó a mirarlo como si fuese un bicho raro. —¿De
qué dimensión eres? —preguntó sin ocultar la burla.
Y
aunque Edgar tenía unas imperiosas ganas de contestar con el mismo tono mordaz,
la joven Dael terminó de conversar por el teléfono y comentó a su amiga que ya
tenía que marcharse. Y para sorpresa de Edgar, Du mostró una verdadera mueca de
tristeza.
La
despedida fue algo corta, pero emotiva. A Edgar le dio la impresión de que
ambas amigas difícilmente podían verse y quizás por ello se extrañaban. Y Du se
lo confirmó con sus palabras.
—Extraño
los días en el Instituto —musitó.
—¿No
se ve muy seguido con ella? —preguntó con curiosidad volviendo a su formal
manera de tratarla.
—No.
Ella tiene una vida hecha y yo también. Además, con eso del trabajo y mi nulo
interés social casi no salgo a menos que deba juntarme con ella o los otros
chicos —mencionó mientras caminaba fuera del recinto seguido de Edgar. El día
se presentaba nublado y algo frío a lo que la muchacha maldijo por lo bajo por
haber olvidado su chaleco y el vampiro, como todo caballero, se quitó la
gabardina sacada de “El Padrino” y cubrió a la menuda chica que se tensó en
exceso y Edgar no pudo evitar el notarlo.
—¿Por
qué cada vez que realizo un acto de altruismo[5]
usted se queda rígida? ¿Acaso cree que tengo dobles intenciones?
Ambos
se detuvieron observándose fijamente.
—¿No
las tienes? —expresó con otra pregunta sin moverse de su lugar.
—No
—respondió con un marcado tono de voz que le hizo pensar a la muchacha que
realmente lo había enfadado.
—Oye,
disculpa —Intentó no temblar de los nervios cuando fijó la mirada en los
dorados ojos que no mostraba emoción alguna—. Sé que no es muy cortés de mi
parte comportarme así contigo, pero en realidad no me gustan éste tipo de
“acciones” —comentó buscando algo de empatía del otro.
Sin
embargo a Edgar le importaba muy poco ser empático. El rechazo de una dama, más
la poca gentileza y femineidad le confundían en extremo al punto del desagrado.
Nunca antes lo habían avergonzado y mucho menos tildaban sus gestos como
“anticuados”. Y lamentablemente su paciencia tenía un límite algo corto.
—Todo
lo que hago es normal. Soy un caballero y usted una dama. Y el hecho de que la
trate como tal no debería molestarle —reclamó ofendido sin medir sus palabras—.
Es más, debería agradecerlo porque dado su carácter difícilmente un hombre se
le acercaría con intenciones serias.
—¿Debo
sentirme herida por lo que acabas de decir? —preguntó con seriedad mirándole
fijamente.
—¿Tú
sientes? —Le replicó sarcástico, fuera de todo papel cordial que alguna vez
tuviera.
Por
toda respuesta la joven simplemente se retiró del lugar sin mencionar palabra.
Y Edgar estaba seguro de que la muchacha de sentir: sentía, pero de que lo
admitiera; jamás.