sábado, 3 de agosto de 2013

Cuando Muere el Atardecer (Capítulo V)

V

            Gregorio fue un soldado de los Templarios hace ya novecientos años. En esa época, la hambruna y el dolor eran signos inequívocos de un reinado cruel y despiadado. De hombres que así mismo se llamaban Nobles que robaban el fruto de los esfuerzos de sus propios sirvientes. Denigrando mujeres y matando animales por complacerse a sí mismo y a su detestable Rey.

            Demasiado dolor en esa época.

            Tenía doce años cuando entró como escudero del General de los caballeros Templarios. Después de la muerte de su familia y de haber vivido tanto dolor y sufrimiento, servirle a un seguidor de Dios era un bálsamo para sus tempranas cicatrices.

            Descubrir lo que significaba ser un Templario en realidad le llevo diez años de entrenamiento.

            Sin embargo una fatídica noche su honor fue puesto en duda y su fe, dañada.

            Fueron noches de torturas, días de lamentos, palizas, hambre famélica, dolor e impotencia que le hacían doblegar sus creencias y casi ceder al pánico que con cizaña mordía el opositor Rey.

            Y cuando creyó que sólo la muerte podría salvarle del dolor, un niño de mirada dorada y cabello albino vino a él preguntándole si deseaba servirle. Había pasado sobre los guardias apostados en aquellas húmedas y malolientes celdas, sin un paso delator ni murmullo emitido. Vino a él como una aparición pagana que le hizo rezar inconscientemente.

            Y a pesar de su miedo al pequeño niño, temía más al suplicio que efectuaban sus captores, por lo que eligió seguirle.

            Y nunca se ha arrepentido de su decisión.

            Gracias al pequeño descubrió la verdadera existencia de criaturas místicas, adoradas o temidas y que ahora son plasmadas como leyendas. Supo de la verdad tras la traición a los Templarios y se enteró del dolor de sus compañeros y Maestre. Padeció enfermedades y pestes, y aun así continuaba aferrado a vivir. Cuando el pequeño le preguntó por qué luchaba tanto contra la parca, Gregorio le respondió:
            —Porque amo la vida.

            A partir de ahí, su vida cambió por completo.

            El pequeño le hizo vampiro, le donó el don de la vida eterna, lo hizo parte de su familia y compartió su amistad.

            Edgar, a pesar de su apariencia temprana, fue un líder humilde y paciente que con su voz suave, pero potente infundía el respeto y la admiración de muchos. Predicaba con el ejemplo y siempre estaba al pendiente de los otros dejando su propio bienestar al olvido. Mantenía su ética intacta a pesar de las innumerables amenazas de los feudales y soberanos, y protegía al débil de los abusos.

            A pesar del paso del tiempo, actuaba como un verdadero y olvidado caballero Templario.

            Es así como a pesar de que hayan pasado casi mil años siguiera a su servicio y continuara admirándolo.

            De su líder podría decir muchas cosas superfluas, aunque muy pequeños y significativos detalles. Uno de ellos era su ansiosa curiosidad. Casi siempre estaba devorando libros antiguos y nuevos para mantenerse al tanto de las actualidades sin caer en la arrogancia por sus devastadores conocimientos. Apoyaba toda causa humanitaria. Ya sea la hambruna o la sed, ocupaba su fortuna bien manejada para transformar unos desdichados billetes en alimento y sustento para familias enteras. Aprovechaba de inculcar la educación y la necesidad de aprender algún oficio a los jóvenes con la intención de que estos no sufrieran en el empedrado camino que es la vida.

            Era un hombre noble, tenaz, humilde y caritativo con todas sus letras.

            Pero quizás la cualidad más distintiva del Emperador Edgar, era su sofisticada forma de tratar a las damas.

            Tomaba toda mano femenina como si fuera la última rosa viva. Atento en sus palabras como en sus acciones, trayendo suspiros de la nada. Aun si la joven fuera o no agraciada, su Señor la trataba con la misma delicadeza. Joven, niña o anciana: el mencionaba que una mujer fue quien le dio la vida y como tal, debía ser venerada.

            Algo muy olvidado en estos días.

            El Emperador evitaba mencionar palabras crueles o malsonantes a una mujer aún si ésta se las ganara por la fuerza. La paciencia venía incluida en el código de honor. Por esa misma razón, y con toda impresión encima, le extrañaba de sobremanera la manera tan déspota y cruel con la que había sido tratado por una jovencita. Le causaba escalofríos saber que su Señor, sentado tras el escritorio de su estudio, se encontrara tan tenso y enrabiado por aquella pataleta infantil. Sobre todo al notarlo herido en su orgullo.

            Y hablando solo mascullando por lo bajo.

            —¡Mocosa desagradecida! ¡Que me importa su pena! Debió morderse la lengua, o mínimo, tenerme algo de respeto —Rodó sobre su silla mientras miraba la noche desde su ventana—. Ni siquiera pudimos entablar una sana conversación por que en menos de dos minutos saltaba con sus comentarios irónicos. ¿Qué dama con sentido común hace eso?
            —¿Una que no está acostumbrada a sus gestos, Señor? —Disculpó a la desconocida aunque no fuera con muchos ánimos.
            El mayor le miró indiferente.
            —Eso no la dispensa de su mal comportamiento. Aun si fuera por falta de educación o modales, debió tratarme como se le trata a un extraño: con respeto y deferencia.
            —Los tiempos han cambiado, Mi Señor…
            —¡¡¡Ya te dije que eso no la disculpa!!! —explotó para el asombro de Gregorio que de las pocas veces que lo había visto exasperarse, ninguna lo ameritaba una mujer.

            Ambos se observaron en un silencio incómodo. Edgar se sintió confundido por su propio arrebato y Gregorio prefirió cambiar el tema antes de que las cosas se salieran de control.
            —Está algo cansado, Señor. Sería mejor dejar por la paz a la jovencita y que nos enfoquemos en nuestro problema.

            Edgar no respondió, simplemente se levantó de su escritorio y caminó con rapidez hacia su dormitorio. Estaba seguro que por mucho que lo intentara no lograría concentrarse en los objetivos de esa pequeña reunión. Aunque antes de desaparecer de la vista de Gregorio le pidió que no mencionara nada al respecto.

            Y en la soledad, Gregorio esperaba que por la paz y salud mental de su Maestro, la tal señorita no fuera motivo de una nueva conversación.

            Sin embargo el Emperador seguía refunfuñando en su alcoba, con pensamientos que sobrepasaban lo cruel hacia una persona. Maldecía a la educación, la nueva era y a quien se le cruzara en frente. En menos de un siglo las mujeres cambiaron su actitud ante un hombre. No es que antes apoyara la sumisión incondicional y la bestialidad con la que eran tratadas, pero eso no significaba perder los modales y el respeto. Cosas que él consideraba sagradas para mantener una buena relación y comunicación.

            Hasta que se dio cuenta de que le estaba dando demasiada importancia al asunto.

            —Como si fuera a verla otra vez —masculló con resentimiento, siendo interrumpido por un suave tono de voz.
            —¿A quién no verás, hermano?

            Edgar posó su mirada en la pequeña consentida de su reino que esperaba su aceptación para entrar en la alcoba. Una pequeña de ensortijados cabellos plateados y mirada clara con un hermoso tono de piel pálida. Su carita infantil mostraba el característico brillo picaresco de aquellos niños que ya saben cómo conseguir lo que quieren, y sin embargo, irradiaba ternura por donde se le viera. Vestía de un lindo vestido de tul azul como aquellas muñecas de porcelana y zapatitos de charol. Una hermosa pequeña.

            Y de la nada unos ojos castaños y mirada sarcástica se aparecieron por su mente empañando su leve buen humor.

            Dios quiera que nunca siga el ejemplo de estas mujeres de nuevo mundo, pensó.

            —¿Por qué no pasas, Elizabeth?
            La pequeña rió con inocencia mientras corría para sentarse en las piernas de su hermano, abrazándole con cariño.
            —Parecías ofuscado, hermano. ¿Te sientes enfermo? —preguntó mirándole con interés.
            —En lo absoluto, mi niña. ¿Qué te hace pensar eso?
            La pequeña le observó intensamente.
            —Tu aura esta alterada, hermano. Todos en la mansión están nerviosos, esperando que les llames la atención como si estuvieran haciendo algo malo. ¿Tiene que ver con los hermanos desterrados? ¿Por eso estas tan molesto? ¿Es a ellos a quienes no quieres volver a ver?
            —Haces demasiadas preguntas, Lizzy —Reprendió velozmente, esperando acallar el extenso interrogatorio. La jovencita le miró algo dolida.
            —Estás muy extraño, Edgar. Antes no me hubieses ocultado nada —El mayor compuso una mueca de pesar. Es verdad que no hace mucho la confianza era algo primordial entre los hermanos, pero lo que sucedía no le causaba gracia alguna que su adorada hermana lo supiera. Para él era un fracaso total el dejar que las palabras de una simple mortal sin modales le molestaran. 
           
            El vampiro no le contestó de inmediato. 
           
            —¿Ed? —Insistió con cautela—. ¿Me dirás?
            El mayor miró con atención a su hermana mientras rebuscaba en su mente como contarle su situación.
            —¿Lizzy? ¿A ti te molesta cuando un chico te atiende? —En cuanto esa pregunta salió de sus labios se lamentó de inmediato. La sonrisa maliciosa de la pequeña le dio a entender su negligencia.
            —¿Entonces todo tu enojo es por culpa de una señorita?
            El arrepentimiento era grande.
            —¿Ed? ¡¿Con una chica, sentados bajo un árbol, besándose?! —Soltó un gritito, emocionada.
            —¡Elizabeth! ¡¿De dónde sacaste esa frase?! —Se escandalizó el mayor.
            —La señora Thompson me llevó ayer al pueblo y escuché como unos niños molestaban a su amigo por tener novia. ¿Tú también tienes novia? —Continúo con la lluvia de preguntas, dejando azorado al mayor—. ¿Cómo se llama? ¿Cuándo la conoceré? ¿Es de tu edad? ¿Dónde vive? ¿Qué hace?
            —¡Respira, Lizzy! —Regañó con algo de vergüenza.
            —Perdón… —Se disculpó para, de un segundo a otro, volver a la carga—, pero dime, ¿Quién es? ¿La conozco? ¿Dónde está? ¿Es de otro Clan? —Hasta que se dio cuenta de que su hermano se quedaba viendo el vacío—. ¿Hermano? ¿Es con ella con quien estás enojado?
            —Lo siento Lizzy, pero no quiero incomodarte con estas conversaciones, además son cosas a la que no debo tomarle importancia.
            —Sigues molesto, Ed. Quizás te sientas mejor si me cuentas. Yo te apoyaré, hermano.

            Edgar correspondió a la sonrisa de su hermanita con alivio, aunque estaba seguro de que se arrepentiría de esto más tarde que temprano. Con algo de apremio comenzó a relatarle su encuentro con la joven desde el inicio hasta el final. Trató de no entrar en detalles, sobre todo de la época moderna ni de como las ideologías femeninas habían cambiado. Su hermana escuchó en silencio sin interrumpir hasta que Edgar terminó con un suspiro derrotado.

            —La verdad estoy confundido. Fue muy amable al principio, aunque tuviese sus momentos desagradables, pero cuando le retribuía de forma afectuosa ella comenzaba a tratarme como si fuese algo atípico o estuviese siendo hipócrita.

            La pequeña se quedó pensativa por unos buenos minutos que a Edgar le pusieron nervioso. Después de todo su hermanita podría ser muy tierna, pero se volvía una verdadera manipuladora si se le daba la gana. Su don era el de encontrar las debilidades de cada ser existente.

            —Tal vez son cosas a las que no está acostumbrada, hermano —Curiosamente fue lo mismo que le mencionó Gregorio—. Y por si fuera poco tú eres un extraño para ella. Recibiste su ayuda y te apareces a las semanas, eso fue muy desagradecido tu parte, Ed —El mayor prefirió no acusar inocencia aunque tuviese millones de excusas. Su hermana era adepta a la cortesía de Etiqueta—. E incluso criticas constantemente su vida sin siquiera conocerla verdaderamente… No creo que estés haciendo un buen trabajo —Concluyó analíticamente mientras cruzaba sus brazos en un leve berrinche. Edgar se tensó con el rostro mostrando enfado.
            —Hago lo que todo varón debe hacer con una dama a su alrededor.
            —Pero no es algo bien recibido ¿Verdad?, tal vez las cosas han cambiado mucho y tendrás que habituarte, hermano —Le miró a los ojos con insistencia—. Claro, si realmente deseas seguir en contacto con ella.
            —No creo que sea buena idea considerando mis obligaciones —mencionó buscando excusas.
            —Eso no te detuvo hace unos momentos.

            Edgar evitó bufar de hastío encontrándole toda la razón a su hermanita, si realmente no quisiera saber nada de la jovencita, bien podría inmiscuirse en sus asuntos desatendidos y no estaría ahí, en su habitación, contándole su frustración a su hermana.      

            —Y por lo que me has contado ella te ha tratado como a un amigo…
            —¡Trata livianamente a todo el mundo, Lizzy! —La pequeña quiso rodar los ojos, pero se contuvo debido a sus modales. Su hermano podía ser tan tozudo—. Eso no es normal, ¿Imagina que alguien se aproveche de su confianza?
            —Pero te ha dado su confianza, a ti. ¿Acaso piensas aprovecharte de eso? —Edgar le miró como si hubiese proferido un crimen—. Entonces ella no debe temer por ti. Eso es suficiente. Además no sabes si realmente es así con la gente todo el tiempo, sólo lo comentas porque ha sido así contigo, no lo has visto en otros individuos, ¿Cierto?

            Evidentemente Edgar no tenía bases para refutar eso. Du le había tratado así, tal vez mostrándose tal cual era, no había visto el mismo comportamiento en otras personas. Además con su amiga fue en extremo cariñosa. Quién sabe si realmente era así sólo con sus amigos y él simplemente exageraba por ignorancia. Las mujeres a su alrededor siempre eran en extremo delicadas y corteses. Nunca había estado en la situación de una desconocida tratándolo con tanta soltura.

            —Deberías hablar con ella. Saciar tu curiosidad. No te haría daño tener una amiga, hermano. Estás tan hermético en el castillo. Me da la impresión de que llegara un día en que dejaras de apreciar la vida por culpa de la monotonía —Las palabras de la pequeña reflejaron su miedo. Edgar la abrazó queriendo quitarle ese temor.
            —No pienses en eso, Lizzy. Nada me alejará de ti, te lo prometo.
            —Yo sé, hermano. Gracias por cumplir con tu promesa.

            El vampiro le sonrió como hace tiempo no hacía esperando tranquilizar a la pequeña mientras analizaba sus palabras y se preguntaba como entablar una amistad con la tan endemoniada jovencita.