Estimados lectores:
Esta fue una historia
creada el día nueve de septiembre del año 2009. Un día en el que soñé con el
cruel destino de una raza mística e inexistente. Desde entonces pequeños
fragmentos vienen a mí como sueños,
escenas, que explayo en este escrito esperando vuestra aceptación. Aquellos que
tomen su tiempo para leerla les doy más sincera gratitud.
Brevis ipsa vita est sed malis fit longior
“Nuestra vida es breve, pero se hace más larga por culpa de los
infortunios”
Publilius Syrius; 85 a. C. – 43 a. C.
I
El cuerpo se le entumía
debido al frío hiriente de la madrugada. Los dientes le castañeaban de manera
dolorosa enviado punzadas estremecedoras a su mandíbula amoratada. Centenares
de cortes y quemaduras marcaban su estilizado cuerpo de forma grotesca, dejando
correr la sangre cual fluvial en temporada de lluvia.
¿Cómo había llegado a ése extremo?
Apenas
si era consciente de las miradas burlonas y despiadadas de sus opresores que se
encontraban a pocos metros de su lenta agonía. Intentaba no respirar agitado,
conservando su máscara inexpresiva y adusta a pesar del sufrimiento, con la
mirada felina y los ojos anhelantes… Deseosos de venganza.
Recordaba
perfectamente la forma vil y sucia en la que lo atraparon. Un truco elaborado y
preciso, infalible en él. Un niño, una criatura inocente había sido sacrificada
para el suceso. Su cuerpo había sido degollado frente a sus ojos, por manos
siniestras que sin temor alguno acabaron con esa pueril alma. Un ilusionista
había logrado martillar su mente enviándole las imágenes como poderosos
cristales hirientes, rajando sus pensamientos y consiguiendo emerger en él ese
sentido del deber y la justicia arraigado desde tiempos ancestrales en su
existencia.
A
pesar de que llevaba siglos sin emoción alguna.
Imploró
a gritos insonoros que esas manos cortaran su camino hacia el pulso débil del
pequeño que se estremecía tembloroso del pánico. Ignorante de que su vida no
era más una simple pieza en el juego del ajedrez; un juego que requería de
sacrificios para dejar en jaque al codiciado
Rey.
Pero
su ruego no llegó a más que un jadeo ahogado cuando esas vivaces cuencas
infantiles mostraron un velado matiz sombrío junto con una mueca torcida y
traumatizante. Un chasquido de cordura le hizo comprender que el pequeño no había
muerto del golpe, sino del más estremecedor y siniestro dolor.
Fue
en ese momento en el que todas sus defensas bajaron a cero.
Otra
alma más que cargar en su conciencia, otra vida más que se escapaba por sus
inquietudes y malditos ruegos. Otra víctima de aquellos que habían decidido cazarlos
de manera indiscriminada como si la existencia de su raza fuera realmente un
peligro…
Aunque
pensándolo mejor, tenían muchísima razón…
…Porque
en cuanto recuperara sólo un poco de su fuerza los despedazaría a zarpazos.
Sentía ese líquido escarlata recorrer
su rostro mientras su vida se iba por esos finos hilos, goteando sin cesar,
martilleando sus sensibles oídos. La bruma desdibujaba los rostros de aquellos
títeres humanos, sedientos de morbo y presunción, acuclillados frente a él como
si no debieran temerle.
Que
equivocados estaban.
Intentó
mover los brazos para apoyarse sobre la muralla cercana donde se encontraba
tirado, pero los músculos no le respondían, totalmente entumecido. Estaba exhausto,
consciente y alerta, pero demasiado cansado como para pensar en un plan para
escapar. Sabía de aquellas personas frente a él, aunque era incapaz de enfocar
su vista o detenerse a escuchar sus risas macabras y planes para seguirlo
torturando. Recordaba como si fuese una fotografía fina cada línea y arruga de
esos rostros humanos. Rostros morenos, de perfil pequeño y mirada sombría.
Cabellos oscuros, seguramente castaños. Piel curtida por el sol y el humo del
tabaco. Las manos secas con las uñas sucias y largas, demostrando la falta de
cuidado y el pobre estilo de vida.
Le
habían emboscado, pillado con la guardia baja, en un minuto donde su melancolía
estaba al máximo, imposibilitado de pensar, de razonar correctamente… y en el
momento exacto en el que quiso derrumbarse; lograron apresarle. Ya luego sólo
recuerda las múltiples palizas, sus inconscientes deseos de defenderse, su
autocontrol para no caer ante aquella bestia en su interior dispuesta a
degollarlos con sólo un suspiro, los cortes con esa simples, pero filosas
dagas, el aullido de la fiera al ser atrapada, la sensación de la gasolina
irritando aún más su piel y los malditos cigarros a medio apagar.
¡Iba a vengarse!
Esa
pequeña meta conseguía aplacar sus desenfrenados deseos por acabar de una vez
con su sufrimiento, evitar caer al sueño eterno sin más que llevar su propia
alma al infierno… ¡No! Iban a pagar el daño que le habían causado, conseguiría
salir de esto y devolverles la angustia que se había extendido por casi seis
horas desde iniciada la cacería. Los cortes en sus carnes, la tortura de sus
miembros, la agonía de sus sentidos… ¡Todo! Conseguiría sobrevivir, los
arrastraría con él hacia el averno y, si llegado el momento no pudiese caminar más
entre los vivos, se uniría con ellos al amanecer.
Por
un instante respiró aliviado. A pesar de sentirse como los mil demonios aun
pensaba en morir de manera digna, con sus honores y grados, acallando los miles
de rumores sobre su propio equilibrio mental. Nunca llegaría a transformarse. ¡Jamás
sería como ellos! El velaría hasta el último segundo por la seguridad de su pueblo, tanto
de sus iguales como de los humanos. Así, cuando su reinado llegara al final, lo
haría con la cabeza en alto, con su imagen de ejemplo para que su sucesor valorara
el sacrificado trabajo y siguiera su esfuerzo. En la historia de la vida, su
nombre no sería manchado.
¡Edgar von Blooder sería el Emperador
de los Vampiros hasta el final!
—Oye,
Brand. Ya es hora de incinerarlo ¿No crees?
El
mayor de los cazadores se le había acercado dudoso al ver como su pecho no pronunciaba
quejido alguno. El otro, que se encontraba unos metros más allá fumando
recostado sobre unas bolsas de basura, emitió un chasquido cansino.
—No
podemos. Snake dijo que debíamos mantenerlo con vida hasta que llegara.
—¿Fue
a alimentarse? —preguntó con cautela.
—Es
lo más seguro, viejo.
El
mayor se sacudió los hombros, tembloroso.
—¡Demonios!
Me da escalofríos de sólo pensarlo.
—Mientras
esté de nuestra parte no debemos preocuparnos. Y en cualquier caso, si se
atreve a engañarnos, lo cazamos y ya —exclamó indiferente.
—¡Es
un vampiro, Fred! ¡Nos matará antes de que nos podamos mover!
El
joven apagó el cigarro con saña en una de las bolsas a su lado y le miró
furioso.
—¡Deja
de mearte, anciano! Llevamos años en esto, no te acojones ahora. Ya tengo un
plan para deshacernos de Snake en un par de años más, cuando cacemos al Sucesor.
Después de eso, lo eliminaremos.
—No
sé, Fred… —Le miró dubitativo.
—¡Escúchame
bien, Igor! ¡Ya estas metido hasta el tuétano en esto! Ni se te ocurra
delatarme o escaparte porque voy a hacer que parezca suicidio —Amenazó con una
sonrisa cínica—. ¿Entiendes? —El anciano asintió fervientemente. Fred se
levantó con parsimonia y se acercó al cuerpo cuidadosamente apoyado en una
destartalada pared de concreto.
Se
encontraban en una construcción abandonada, en el piso que supondría a ser el subterráneo.
Había un montón de fierros desmantelados, paredes de concreto agrietado y arena
y gravilla sucia por el excremento de las ratas. Fred tenía claro que el tipo
frente a él, apoyado en la muralla con la mirada oculta y el cuerpo agarrotado,
era uno de ellos. Un abominable
sujeto lleno de perversión y lujuria, dispuesto a matar para conseguir sangre y
con siglos y siglos de conocimiento impropios de un humano. Él era el Rey de su
secta, el soberano de todos esos apestosos chupasangres. Porque ése era un vampiro, igual o quizás más
fuerte que el que estaba apoyándolo en las sombras. Sabía que el tal Snake
deseaba la cabeza del Monarca y poco le importaban los motivos, simplemente él
cumplía con la misión que le encomendara su abuelo antes de morir.
Porque él era un Salvador.
Una
pequeña risilla se escuchó claramente en todo el silencio del lugar, sumiendo
el ambiente en una tensión casi palpable. Edgar no pudo evitar que una mueca de
auténtica burla se dibujara en su ensangrentado rostro. El joven frente a él le
pateó las costillas con saña.
—¡¿De
qué mierda te ríes, maldito chupasangre?!
Edgar
masculló con la voz ronca e hipnotizante, llena de genuino desprecio.
—¿Un
salvador? —Contuvo una carcajada al ver el semblante del tipo completamente
atónito. Entrecerró los ojos tal y como lo haría un animal acorralando a su
presa—. ¿Y salvador de qué? ¿De tu
propio miedo a morir? ¿De tu temor a no ser nada más que un recuerdo en la
tierra? —Sonrió con ironía y bajó el tono de su voz causando un estremecimiento
a sus aterrados oyentes—. Dime algo, ¿A quién quieres engañar? No eres más que
un títere manejado con hilos delgados que de un segundo a otro desaparecerán en
la nada.
Fred
le tomó por el cuello de la desmadejada camisa con la cara desfigurada en
completo terror.
—¡¿Cómo
sabes…?! ¡¿Cómo sabes lo que pienso?!
El
antiguo Emperador tensó los músculos mientras le veía fijamente a los ojos. Su
voz se escuchó como un mensaje traído del viento… débil, pero envolvente.
—Todos nosotros… leemos la mente.
El
viejo que se encontraba unos metros más allá cayó al piso de la impresión.
—¡¿Lo
ves, idiota?! ¡Snake sabe que planeas traicionarlo! ¡¡¡Nos matará!!!
—¡Cállate,
jodido maricón! —Vociferó a su compañero y desvió la vista hacia el frente
donde ése rostro cubierto de cabello albino mantenía los ojos cerrados y una
mueca socarrona—. ¡Nos está mintiendo! ¡Nos quiere asustar!
Edgar
abrió los ojos mostrando un iris de extraño color dorado con las pupilas
alargadas como las de un felino hambriento.
Es la verdad.
El
pensamiento se escuchó en ambas mentes humanas.
Igor
se congeló en el piso deseando salir corriendo del lugar mientras que el temor
de Fred consiguió que soltara el cuello de su víctima, trastabillando con
algunas piedras para caer de espaldas entre esas bolsas repletas de basura.
Edgar
les miraba de manera soberbia, escuchando sus aterrados pensamientos como un
elixir para apaciguar su venganza.
“¡Nos va a matar!”
“¡Snake lo sabe!”
“¡Tengo que huir!”
“¡¿Qué mierda hago?!”
“Dios te salve María…”
Una
tétrica y sardónica carcajada salió de los labios del emperador ante la
patética plegaria.
—¿Pidiéndole
ayuda a Dios? ¿Por qué iba Él a escuchar sus plegarias? Si ni siquiera ha escuchado las mías —Pensó al último. El rostro de
Fred mostró algo de valor luego de escuchar las irónicas preguntas.
—Ustedes
son abominaciones, Dios nos libre de sus garras —Rezó mientras se levantaba
tembloroso y sacaba de entre sus bolsillos una gruesa estaca de madera. Edgar
sonrió arrogante clavando su dorada mirada en la contraria, causándole un temor
indescriptible—. No podrás con…contra la gracia de su di…divinidad —Tartamudeó
con los ojos fuertemente cerrados intentando controlarse y ganar algo de
valentía—. Morirás… ¡Yo salvaré al mundo! —exclamó cual grito de guerra y, con
la estaca de madera agarrada firmemente, corrió hacia el cuerpo del vampiro que
simplemente le observó inexpresivo reflejando la más pura tranquilidad,
esperando paciente como el joven autodenominado “salvador” empuñaba el trozo de
madera en alto y la enterraba sin tapujos en el pálido pecho del Nosferatu.
La
sangre salpicaba los rostros de ambos de manera morbosa, recreando las pinturas
antiguas de la matanza de aquellos seres inmortales. Fred sonrió maquiavélico,
con la cara desencajada y los ojos desorbitados, la expresión de un verdadero sicópata
asesino. Nada podría romper la atmósfera teñida de rojo de no ser por la
expresión del que, se supone, debería estar retorciéndose del sufrimiento.
Edgar
no mostraba dolor alguno.
Igor
trató de arrastrar su viejo cuerpo hacia la salida, queriendo huir de aquella
mirada que no reflejaba más que vacío, aburrimiento y hasta burla. Pero su
intento de salir con vida quedó frustrado en cuanto esos ojos similares al oro
recayeron en él.
Después,
todo quedó en la nada.
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