viernes, 20 de abril de 2012

CAZADORA DE CAZADORES

CAZADORA DE CAZADORES


Capítulo II


“Los hombres son realmente tontos, con sólo aceptarles un abrazo piensan que la mujer les pertenece”

La única vez que había escuchado esa frase la tomó como un ejemplo. Gracias a su carisma, a su forma amigable de ser, a sus ojos y sonrisas, conseguía parecer una víctima ante sus presas.

La frase no se aplicaba literalmente a ella. Después de todo era una chica, una joven e ingenua chica de cabellos negros y brillantes ojos castaños con cuerpo de Eva. Una autentica fiera. Si quisiera definirse en una frase sería “Depredadora suave”

Sí, le iba ser la sumisa como la controladora. Ambos eran placenteros en el momento; de distinta manera, pero placer con todas sus letras. Prefería más sumisa que controladora porque la sensación de ser invadida y pertenecer a alguien por meros minutos era incomparable para su ego.

Ya que la realidad es que ella no le pertenecía a nadie.

Ningún hombre le proporcionaba aquella sensación de dependencia y anhelo, y eso le frustraba. El sexo con ellos era monótono y bastante corto, no por nada era reconocida por ser una astuta e insaciable fierecilla. De esas que hacen que sus presas se sirvan solas. Pero aquello cambió cuando conoció a Claudio Cortés.
Claudio era un hombre joven, trabajador, serio y responsable. Un monumento de hombre de familia.

Nunca se había pronosticado más allá que simples citas con él. Desde que lo vio solo en un bar, únicamente tenía en su cabeza tenerlo por unos días, comprobar esa misma seriedad en la cama y como se vería su rostro al gemir.

Hasta que lo obtuvo, y no era lo que buscaba.

Claudio era un hombre prominente, de un miembro de considerable tamaño, con ojos fieros cuando se le provocaba y de suaves manos cuando acariciaba…

Pero era dócil. Le iba ser obediente y lamentablemente Angela necesitaba de alguien que fuera capaz de correr a la par de ella. O más bien necesitaba de alguien que fuera capaz de bajarle las revoluciones y hacerle descansar de vez en cuando.

Y Claudio no era del tipo que le fuera lo nuevo.

A pesar de ello continuó con él. Sus pasados similares, llenos de heridas y angustia, le hacían querer estar más tiempo con el pelirrojo, sentir su afecto y compartir su dolor. Había cariño de sobra en esa relación, pero no amor.

Y Claudio necesitaba de mucho amor.

Angela tenía claro que no podría dárselo. Y lo sabía de antemano porque ella jamás había amado. No sentía la necesidad de compartir su vida con otro ni tampoco ese afecto casi enfermizo que demostraban las parejas en un parque a la luz de la luna...

Para ella, el amor era una “dependencia sexual y afectiva”

Por lo mismo, se dispuso a “amar” a cuanta presa eligiera.

Ella cazaba a aquellos que tenían pinta de “cazador”. Necesitaba con urgencia un tipo que le follara duro y fuese capaz de seguir su ritmo torturante y frenético. Y así pasaron “varios” por las sábanas de un conocido hotel hasta que apareció él.

Esteban Hidalgo.

Jamás le diría que lo conocía de antes, pero la realidad es que llevaba tras la pista de este Casanova desde que conoció a Andrés, el hermano mayor. Gracias a Renata, su prima lejana y pareja de Andrés, supo de las insistentes novias que desfilaban por la casa y de los excelentes comentarios de lo buen “amador” que era el joven prodigio. Cosa que causaba gracia en Angela, mas no en Renata que insistía en que, con esos temas y conversaciones, le intentaban quitar a su novio.

Hubiese querido conocerlo antes, tal vez sin toda esa bola de plastas atrás y sin esos compromisos que se daba, pero ya no había vuelta. Cuando lo vio en el estacionamiento buscando a la vecina de su novio, simplemente quedó prendada de él. Sus ojos brillaban como profundos hoyos negros, arrastrándolo a esa sensación anhelada…

Dependencia.

Cuando obtuvo su número estuvo indecisa en llamarlo. Claudio tenía problemas en el trabajo por lo que llegaba regularmente tarde y eso le cabreaba. No es que estuviera celosa, pero los pocos momentos que compartía con su novio sólo eran para tomar café y acostarse a dormir. Y la monotonía le aburría.

Por ese motivo, cuando supo que el turno de Claudio se había alargado, simplemente mandó un mensaje de texto escribiendo el hotel a las afueras de la ciudad y la hora de la cita.

Llegó media hora antes, para arreglar la habitación a su gusto. En el hotel era cliente regular por lo que siempre obtenía descuentos y promociones, esta era una de ellas. La Suite.

Una impresionante habitación rodeada de espejos, mostrando cada partícula de la habitación como si fueran pantallas de televisión. Algunos espejos tenían aumento por lo que muchos detalles serian vistos esa noche.

No quería impresionar al Hidalgo, pero tampoco quedar como una muerta de hambre, así que se arregló con la mejor ropa y refrescó la habitación con un incienso suave y relajante.

Llegó justo a las ocho. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Angela sólo tuvo que abrir la puerta para dejar pasar a un Hidalgo sobrio y altivo. Ninguno habló. Sólo se miraron para luego acercarse al otro a paso lento y rozar sus labios en una caricia extrañamente tierna y agradable. Una manera de decir “haz conmigo lo que quieras”.

Angela, al sentir que tenía vía libre para probar todo lo que su mente anhelaba deshizo el contacto y comenzó a desnudarse con un azabache de espectador. Una por una caían las prendas que ocultaban su cuerpo canela y notaba por el rabillo como la mueca de Esteban cambiaba a una de Cazador. Ése que había buscado desde hace tanto tiempo.

El Hidalgo comenzó a desvestirse dejando que Angela se complaciera de la vista. Una figura esbelta, con los brazos fuertes y piernas formadas, un abdomen marcado y escultural. Definitivamente este tipo tiene que ser actor, pensaba.

No había caricias, pero sí muchísimos roces. No había palabras de amor, sólo frases morbosas y calientes. Los gemidos inundaban la habitación, creando una atmósfera caliente y placentera. Angela se encontraba con los ojos idos mirando el techo al sentir la lengua de Esteban recorrer con fiereza su vulva en un beso húmedo y voraz. La sentía contraerse, apretando ese blando miembro bucal, para luego apreciar como finas hileras de saliva y algo más viscoso caían por sus muslos. Sin necesidad de tocar su clítoris, de penetrarle o de masturbarle, Esteban había logrado que alcanzara el orgasmo.

El primero de la noche.

Lo siguiente fue una fuerte corriente eléctrica atravesando su espina dorsal al sentir como el azabache le había dado vuelta y penetrado con rudeza. Ambos gemían como posesos, Angela intentaba mantener el peso de su cuerpo con sus manos, pero el ritmo de las embestidas la cegaba y volvían exhausta. Esteban no se encontraba mejor, había salido por completo de ella para acomodarla igual que a los perritos, con los glúteos bien levantados y la sonrojada entrada escurriendo fluidos. Y lo sabía por los espejos.

Podía ver como la cara de Esteban demostraba una sonrisa lasciva y le veía por el reflejo.
—Se ve exquisita —comentó con lujuria.
—Cómetela, por hoy es toda tuya —Le respondió la trigueña con una tierna y cautivadora sonrisa.

El azabache no esperó un segundo más y se posesiono detrás de Angela en cuclillas para embestir como descarriado la estrecha entrada de la mujer. La fricción de ambos cuerpos creaban sonidos tan lujuriosos que los prendían aún más de lo que estaban. Esteban observaba el rostro de su pareja frente al espejo y mordía el labio aguantando los espasmos mientras la chica separaba las piernas, levantándose levemente para profundizar las arremetidas.

—Eres... muy caliente —Susurró entre gemidos el Hidalgo.
—Lo sé... —respondió con una sonrisa arrebatadora—. Ahora fóllame más fuerte, Adán —incentivó para luego lamer sus labios sugestivamente.

Esteban dejó caer su torso sobre la espalda de Angela y el frenesí de las embestidas consiguió que liberara su esperma. La pelinegra también se había corrido pero, como si ambos pensaran lo mismo, no fue suficiente.

Angela volvió a poner a tono al azabache con un oral digno de la mejor porno. Esteban, ya demasiado caliente, tomó a la muchacha de las caderas y la posicionó justo frente a su rostro, dejándolos en un sesenta y nueve donde la de ojos castaños sostenía sus brazos para controlar el peso. No había quien pudiera calmarlos, una trigueña con ganas de más a cada momento y un moreno en el paraíso por encontrar, al fin, alguien que le diera batalla contra el cansancio.

El Kamasutra se quedó corto de posiciones, pues ambos amantes inventaban formas para sentirse aún más dentro del otro. Angela evitaba besarle en los labios, pero el Hidalgo impulsivamente atrapaba sus cabellos para morderle el cuello, escucharla gritar y atrapar su lengua con ese juego sucio. Sus instintos no les permitían sentir a su alrededor, únicamente deseaban calmar sus deseos y desfogarse a gusto con el otro.

Tanto sexo dejó al Hidalgo muy cansado y con tres orgasmos de corrido, pero totalmente despejado y liviano. Y Angela, con cinco bien complacidos, le veía dormir.
—Definitivamente, eres la máquina sexual que tanto había deseado, Adán — comentó en susurro evitando despertar al moreno.

Luego de ese encuentro, Angela no quiso saber más de Esteban. La razón era bastante simple: la culpa. Claudio le había estado esperando con una cena durante todo el tiempo que estuvo ausente. Se sintió de lo peor, pero es que su deseo sexual era demasiado fuerte como para mantener la fidelidad. Claudio era muy bueno, un hombre único que algún día podría llenar su vacío corazón, pero hasta el momento sólo un inmenso cariño abarcaba parte de su relación. No lo amaba y no iba hacerlo.

Ni a él ni a nadie.

Habían pasado dos semanas desde la primera sesión. Y Angela no quería verle porque Claudio había estado muy atento esas semanas. Volvió a tener relaciones con su novio pero, si antes era placentero aunque monótono, ahora simplemente le costaba un buen trabajo de manos ponerse a tono.

No era que Claudio fuera alguien feo o superficial. Su cuerpo era del color de la crema, pálida, pero con una calidez llamativa, sus ojos de color agua-marina, tan únicos y brillantes sólo cuando el placer lo marcaba. Su perfil era delicado a pesar de conservar los atributos de todo un hombre, pero lo que más le llamaba la atención de él, era ese hermoso tatuaje en su cuello. Mismo que la hacía sentir culpable. Un Kanji Antiguo japonés con el significado: Amor.

El sexo con Claudio era como estar con una mujer que intenta no sentir nada, o siente vergüenza de hacerlo. Y hablaba de mujer porque Claudio era muy sensible. No gustaba que lo viera desnudo, tampoco le iban los juegos previos, ni siquiera otra posición que no fuera de misionero. Si Angela se apartaba en el momento del sexo para verlo desnudo, se detenía, dejándola con una insoportable sensación de ahogo.

El pelirrojo sabía que Angela era toda una fiera. Que gustaba del sexo duro, de las mamadas, del fetiche con las prendas, hasta el sadomasoquismo. También sabía que embaucaba a sus conquistan con una actitud servicial e inocente, prendiendo la vena pedófila de muchos de los que le rodeaban. Claudio lo sabía, pero no decía nada, y Angela lo entendía porque Claudio tampoco estaba enamorado de ella. Apenas comenzaban a descubrir esos sentimientos y por eso mismo respetaban la manera de ser del otro.

El siguiente encuentro fue planeado por el azabache. En el mismo hotel a la misma hora. Angela se dirigió al mostrador para que le dieran la llave y se llevó la sorpresa de que era la misma habitación que la vez anterior. La trigueña sonreía complacida: el fetiche del moreno era observar a sus amantes.

Cuando llegó a la habitación el de ojos negros estaba sentado en la orilla, totalmente desnudo. Angela no pudo evitar reír por la prisa del Hidalgo.
—¿Tan desesperado estás, Adán? —Le preguntó con ironía mientras también se desnudaba.
—De ti, bastante —respondió con simpleza dejando a Angela, shockeada. Evitó pensar en otra cosa que no fuera el placer que tendría sobre esas sábanas que, al terminar de desnudarse por completo, caminó hacia una de las paredes-espejo apoyándose abierta de piernas.
—¿Sabes? Siempre he querido que me follen parada mirando mi reflejo —Llevó su mano a los labios en actitud inocente y fingida vergüenza.

La erección de Esteban no se hizo esperar. Con cautela y un andar de modelo se posicionó detrás de Angela y acomodó las caderas para penetrarla en una sola embestida. La mujer sintió un profundo pinchazo en su espalda, pero la sensación casi orgásmica abarcó gran parte de sus sentidos. Vio el rostro de Esteban frente al espejo y con ello comprobó que la misma sensación le embriagaba a él. El moreno mantuvo sus manos firmes en las bronceadas caderas al tiempo que saboreaba el cuello de una sonrojada y sensible trigueña que veía todo como buen voyeur.

A pesar de la sincronización, ambos amantes terminaron cansados de la posición, pero la líbido estaba tan subida que las piernas apenas las sentían. Esteban decidió subir el torneado muslo izquierdo de la chica y que chocara de lleno contra el espejo. De esa manera obtenía una vista esplendida de la forma en que sus testículos golpeaban aquellas redondas nalgas y como la vagina de su amante humedecía el vidrio. Y como si la llama de la morbosidad se prendiera, bajó su mano derecha para friccionar ese pequeño punto que a todas luces se hinchaba de placer.
—V-voy a correrme, Adán —Avisó la pelinegra entre gemidos y con sus ojos castaños fijos en los pozos negros.
—Es lo que quiero, zorrita —Lamió el lóbulo de su oreja con lascivia—. Empaña el espejo, quiero ver tu cara cuando te corras, Fiera —Mordió el cuello con saña mostrando una sonrisa malévola.

Angela, sin poder controlarse más, estalló frente a su reflejo que le devolvió la imagen de sus piernas siendo humedecidas por sus jugos. Esteban, por su parte, al ver tan erótica escena acabó dentro de la castaña para luego salir con cuidado y ver como su esencia goteaba el piso y recorría esos muslos carnosos.
—Mierda —masculló al sentir una nueva erección.

Otra sesión de sexo que escapaba a la realidad, mojando el suelo y gran parte de las sábanas con sus fluidos y regando cada prenda con la que tropezaban debido a las posiciones que se inventaban, ya sea para sentir al otro como para adentrarse en el contrario. Esteban experimentaba la dicha de reconocer un cuerpo y desear fervientemente marcarlo para mantenerlo a su lado sin importar las condiciones, mientras que Angela se regocijaba en cada espasmo que era capaz de entregar al Hidalgo. Ambos se compenetraban al máximo, gemían como condenados lamiendo sus cuerpos en éxtasis sin compromiso alguno que no fuera alcanzar el clímax a la par.

Y cuando terminaban, cada uno tomaba sus cosas y se largaban como perfectos desconocidos. Aunque normalmente era Angela quien se iba primero, dejando al Hidalgo en el séptimo sueño.

Angela siempre se regodeaba de dejar exhaustas a sus víctimas, al extremo que no aguantaban más de dos o tres eyaculaciones para que abandonaran la conciencia dejándola con ganas. Esteban era el único capaz de seguirle el ritmo, de apaciguarla y prenderla como se le diera la gana aunque, luego de dejar satisfecha a la chica, finalizaba con el mejor orgasmo de su vida y con la sensación de ser completamente libre. Con esos pensamientos se entregaba a Morfeo a sabiendas de que Angela no iba estar cuando despertara.

Lo sabía y no hacía comentarios al respecto. Se suponía que a él no le incomodaba.

Angela evitaba quedarse con sus amantes porque equivalía a entregar parte de sus sentimientos. El cariño, y el deseo de velar por el sueño del contrario, aun cuando uno mismo está agotado, era algo que no conocía propiamente aunque Claudio se lo había explicado. Y en estos momentos lo estaba sintiendo y eso ya le causaba gran temor.

¿Porque ahora le daba por querer velar el sueño de Esteban?

No hizo caso a esa extraña sensación de angustia al momento de marchar. Supuso que se trataba de lástima porque no podría quedarse más tiempo para “disfrutar” de él. Y así se dieron las cosas hasta hace una semana. En un principio los encuentros eran de dos o tres veces al mes, pero de un momento a otro se encontró con que Esteban le llamaba casi día por medio. Y lo que más le extraña era el hecho que ella lo aceptaba así, sin más. Había momentos en que la pillaba en el trabajo, o cuando estudiaba. En esas ocasiones ella simplemente tomaba sus cosas y se iba o le decía que llegaría, pero media hora más tarde. Las únicas veces en que debía rechazar su oferta era en las noches cuando Claudio estaba en casa. No tenía por qué inventar excusas por lo que siempre le enviaba un mensaje de texto.

“No puedo, estoy con él”

Cuando aquello sucedía, al llegar a la siguiente cita, el Hidalgo le obligaba a ducharse antes de comenzar a tocarla. Angela lo encontraba una extravagancia y hubiese seguido con ese pensamiento si el moreno no le hubiese dicho:
—A veces hueles a él.

En ese momento, Angela supo que la situación se le estaba yendo de las manos.

Como mujer tenía un excelente sentido del olfato, al extremo de detectar el olor a varios metros de distancia como cualquier astuto animal. Y usaba ese agudo sentido con el Hidalgo descubriendo la fragancia de su novia o de cualquier otra persona en la ropa. Angela no mencionaba palabra al respecto y hasta ahora se pregunta por qué cuando ocurría eso, terminaba sacándole la ropa a jirones.

Ella no era celosa. Ni tendría porque estarlo.

A las semanas, otra conducta del Hidalgo la volvió a dejar en jaque. Ahora le daba por llamar para preguntar cómo estaba...

Angela no era mal educada, pero tenía claro que esa ínfima línea de “sexo” y “relación” jamás debía ser traspasada. Ninguno debía hacerlo, por respeto a sus respectivos novios, como también para no crear dependencia más allá del ámbito sexual.

Pero ella mismo la quebrantó al responderle un “Bien, Idiota ¿Y tú?”.

Ya no había marcha atrás. Debido a los progresos que mantenían en conjunto desde ese momento, ahora se llamarían “amigos con derecho a roce”. Por ilógico e irreal que parezca, el que se desahogaba contando sus penurias era el moreno. Angela le escuchaba con atención dándole mimos o aconsejándole. Algo que le perturbaba, pero a pesar de todo se preocupaba por el bienestar de su ¿amante? Tal vez no debería catalogarlo de ese modo, pero algo dentro de ella comenzaba a surgir y por mucho que evitara estar con el Hidalgo, sus deseos de verlo podían más que sus miedos, anhelando aquel contacto que, por más conocido que fuera, no dejaba de ser maravilloso.

Y cada día que pasaba Angela se daba cuenta de las influencias que mantenía sobre el Hidalgo. El hecho de que sonriera más, de que hablara más fluido, que se sintiera cómodo y que no tuviera temor de decir lo que quería... todas, cosas pequeñas, pero fundamentales en una relación. Definitivamente Esteban se estaba ganando un lugar en el corazón de la pelinegra aunque ésta estaba reacia a aceptarlo.

No fue hasta ese día en que Esteban se declaró que realmente no pudo controlar la situación.
—Fiera —mencionó el moreno con la voz apagada debido al sueño. Ya habían concluido por ese día y el Hidalgo luchaba por no quedarse dormido y poder terminar de una vez por todas con esa angustia—. ¿Crees que podamos salir sin necesidad de escondernos?

Angela estaba sorprendida y levemente irritada. ¡¿Es que quería arruinarlo?! ¡Si estaban bien así!

—No me siento bien de este modo —comentó, respondiendo la pregunta mental de la muchacha—. Desde hace un tiempo... siento que... me gustaría iniciar algo más serio... contigo —Siguió hablando a pesar de que Angela le daba la espalda—. ¿Lo has considerado... alguna vez?
—Pensé que la ley de un casanova era jamás querer algo serio con sus presas —respondió seria, evitando la mirada oscura—. “Nosotros” —Enfatizó la palabra—, estamos bien así, tal cual. Sin compromisos ni vínculos raros. El sexo es un pilar. Si no hay amor, no hay necesidad de querer “formalizar” una relación —contestó sonriente, ahora viéndole con gracia.
—¿Y si yo te dijera que si hay amor? —susurró ante un estupefacta Angela—. ¿Que al menos lo hay de mi parte? —Levantó el rostro con la mirada seria, pero el corazón desbocado—. ¿Qué harías, Fiera?
—Desaparecer —respondió inmediatamente y sin lugar a dudas, bajando de Una las ilusiones del Hidalgo—. No me gustaría, Adán. El sexo contigo es lo mejor que me ha pasado, pero no quiero nada más, no necesitamos más...
—Pero yo sí necesito más —Le cortó con molestia al ver la reticencia de su compañera—. Yo quiero más que tu comprensión, más que tu amistad. Deseo más que sexo, Fiera.
—Me follas como condenado por toda una noche y aun así ¿Quieres más? —Interrogó sorprendida.
—No me has escuchado, he dicho que quiero más que sólo sexo, no que necesite de más sexo —Aclaró para luego levantarse totalmente desnudo y dirigirse hacia la trigueña a medio vestir—. Te quiero a ti, a tus sonrisas... tu fidelidad...
—Esas son palabras mayores —sonrió con ironía y volteó el rostro.
Esteban no se quedó tranquilo por lo que sus manos aferraron con fuerza la cintura de Angela. —¿Crees que no sé que aún te acuestas con otros? O, ¿Que todavía andas con tu novio? —Acercó sus labios hacia ella, sin embargo, Angela lo evadía. Le miró resentido—. A él sí le aceptas que te bese, pero a mí no.
—Él “es” mi novio —recordó con simpleza.
—Y yo soy quien te hace gemir. ¿Se te olvida?

Angela le miró con fiereza, retándole silenciosamente. Ambos mantenían la mirada con rabia contenida.
—Creo que es mejor que me vaya —Terminó por discutir la muchacha.
—No huyas —Le apresó más fuerte—. Ya no estoy jugando, ya no quiero ser un cazador ¿Es tan difícil de entender?
—Es difícil creerle a alguien que ha pasado la mayor parte de su vida en conquistas temporales —Intentó emprender la huida, pero el azabache le apresaba fuertemente de la cintura.
—Pero yo te creo a ti y has hecho exactamente lo mismo que yo —declaró, ocultando la vergüenza de sus propias palabras.
—No deberías confiar en la gente tan a la ligera —Le reprendió sarcástica.
—Fiera, ni siquiera sé tu nombre, pero soy capaz de confiarte hasta mi vida —Reveló mientras olía el cuello de la menor—. Y lo hago porque sé que obtendré lo mismo de ti, aunque tú no lo quieras.
—¡No me conoces! —respondió, furibunda—. Ni siquiera estás seguro de que sienta algo por ti. ¿Y te vienes a declarar de ésta manera?
—Lo sientes —Expuso luego de besar a la fuerza los labios de durazno que la trigueña mantenía sellados—, porque al igual que tú, sabía a lo que me expondría al querer averiguar más de ti. Al responder mi pregunta, terminaste cruzando esa frontera que nos dividía —Soltó un poco el agarre para poder acariciarle la espalda—. Me quieres... aunque tu razón lo niegue...
—Eres un imbécil —Le contestó para soltarse con rapidez y terminar de vestirse.
—Te amo, chica que se hace llamar Fiera. Y aunque esto signifique no vernos más, te demostraré que realmente me importas —proclamó para luego acostarse en la cama.
—No hay manera de puedas demostrar lo imposible —Le retó con impotencia.
—Voy a dejar a Elena —contestó para aligerar el ambiente—, tal vez me siga acostando con otras personas, pero ten la seguridad de que la única que me ha conquistado has sido tú —Volteó para seguir durmiendo. Ya no tenía nada más que decir.

Y Angela tampoco tenía cara para debatir algo más, por lo que, en cuanto terminó de vestirse salió corriendo dando un portazo.

.~.~-..*..-~.~.

De esa discusión había pasado una semana. Apagó el celular, se enfrascó en el trabajo y los estudios, y dedicó la mayor parte de su tiempo libre en seducir a Claudio.

Le explicó todo lo que había pasado con el Hidalgo, desde su primer encuentro hasta la última pelea. Claudio le dijo que dejaría pasar esa infidelidad a cambio de su dedicación. De querer estar más tiempo a su lado, de convencerlo para realizar cosas nuevas y que tuviera paciencia para todas esas tareas.

Angela estaba contenta por ello, pero algo dentro de ella se sentía triste por dejar a Esteban de lado. Claudio le daba una nueva oportunidad pero, si realmente la amara ¿Se la daría? ¿Intentaría entenderle?
Nuevamente su cerebro pitaba por tantos pensamientos juntos. Su decisión era esa, seguir con Claudio. Un hombre al que quería como su mejor amigo...

Y cuando su mente le recordaba los momentos con Esteban no le faltaban ganas para ponerse a gritar de la frustración.

¿A qué le tenía miedo? ¿A la infidelidad? ¿A saberse engañada de buenas a primeras?

Exacto. Le tenía miedo a la fama de Esteban. Si ella misma se iba con cualquier tipo que le removiera el piso por unos segundos, ¿Por qué Esteban no lo haría?

Con Claudio obtenía eso, seguridad. Saberse única del otro.

De Esteban jamás conseguiría aquello. Estaría todo el tiempo pensando en él, en qué estaría haciendo, si estaría con otra...

Y la tortura de los posibles escenarios ya le dejaba un sabor amargo en la boca.

“Eres grande Angela, enamorarte del Casanova más reconocido de la ciudad”, ironizaba.

Por fin se daba cuenta. Le tenía pavor a ser un trofeo. El trofeo de Esteban Hidalgo.

La última llamada que recibió de él le comprobó la verdad.

“…Cualquier persona quisiera estar en tu lugar...”

Ella no lo dudaba. De hecho sabía que más del ochenta por ciento de la población femenina querría estar al menos una vez en su vida bajo los brazos del Hidalgo. Y que la comparara con todas esas le cegó el poco razonamiento que le quedaba.

“Adán, sería mejor terminar de una vez con esto”

Por supuesto que era lo mejor, y a pesar de que las palabras de Esteban le hacían dudar a cada segundo no pudo sentirse mejor. Su decisión era sabia. Esteban jamás le sería fiel y ella no quería ser un premio que dejas olvidado a la semana siguiente. Le dolía horrores, pero ya no había alternativa. Esteban debía desaparecer de su vida y así se lo hizo saber.

Claro que después de cortar, su almohada fue la única testigo de sus lágrimas.

.~.~-..*..-~.~.

Seis meses.

Seis patéticos y miserables meses en los cuales no pudo olvidar el calor que le proporcionaba esa piel tan blanca y esa mirada oscura.

Claudio, al darse cuenta de que Angela ya no podría corresponderle más, terminó marchándose a una gira con su empresa. La castaña se sentía feliz por su amigo, era su sueño conocer más del mundo en que vivía y se lo hizo saber la última noche.

No se volvieron a acostar, pero si había muchas caricias que más que todo decían “siempre te querré como un amigo”. Lo bueno de ello es que no había rencor, Claudio sentía que había dado lo que más podía en esa relación y también sospechaba que la joven había puesto el doble de intención. Pero no había funcionado y así era mucho mejor.

Angela, sin embargo, cada día se sentía más sola. Ya no salía de “cacería”, tampoco iba a los encuentros que muchos amantes le pedían con fervor, no aceptaba invitaciones y no quería saber de nadie más allá de su círculo de amigos.

Dentro de ese círculo se encontraba Renata. Y gracias a ella supo que Esteban seguía en la misma posición de Casanova.

No podía sentirse más triste y estúpida. Creer en algún momento que Esteban lucharía por ella, que intentaría convencerla y que formarían esa relación que tanto decía ansiar. Pero las mentiras caían por su propio peso, Esteban seguía acostándose con otras, seguía coleccionando trofeos y manteniendo ilusionadas a todas aquellas que se habían metido su gran polla…

Sí, estaba celosa.

No importaba las muchas curiosidades que le contaba su prima. Como que, de la nada había terminado su compromiso con la “fea” como le decía a la novia de Esteban, también que se pregonaba enamorado y que cada persona que aparecía en la vida del moreno tenía la peculiaridad de ser pelinegra y de ojos oscuros.
—Si hasta Elena se tintó el pelo de negro —comentaba con gracia.

Sonaba muy bonito, pero para Angela, la realidad es que con todas esas cosas, Esteban se había vuelto el triple de popular.

Definitivamente se estaba volviendo irónica y apagada, y esa no era ella. Hoy se iba del país en una gira de estudios. Le costó mucho para poder alcanzar el puntaje y al fin conseguiría ir a su tan ansiada América, lugar donde nacieron sus padres. Al fin podría olvidar a Esteban.

Se sobresaltó al sentir la vibración de su celular.
—Diga —contestó sin saber quién había llamado.
—Hola, Angela. Soy Andrés —contestaron.
—¡Andrés! Demasiado tiempo, ¿Cómo has estado?
—Aquí un poco enojado contigo —respondió el mayor.
—¿Conmigo? ¿Y qué hice? —preguntó extrañada.
—Enamorar a mi hermano idiota, ¿Te parece poco?
Sonrió irónica. —No juegues, Andrés. No estoy de humor con ese tema.
—Esteban tampoco, Angela —Replicó serio—. ¿Tienes alguna idea de las estupideces que hace?
—No me interesa —objetó, parca.
—Pues a mí, sí. Si antes era antisocial, ahora es un reprimido sexual —dijo con seriedad aunque pareciera una broma.
—No seas ridículo, Esteban regala semen como si fuera Papá Noel —espetó mordaz.
—Pero no es lo mismo que contigo y me lo ha dicho... —Explicó dejando atontada a Angela.
—¿T-te ha contado lo de “nosotros”? —Intentó no tartamudear de la vergüenza.
—Oh sí, con detalles —Se regodeó.
—Pero ¿Por qué? —Se preguntó más para sí misma—. Esteban es demasiado reservado, no creo que sea del tipo que...
—¿... presume con sus presas? —Completó el otro por ella—. No, no es así. Pero tuvo que decírmelo, era el precio que debía pagar por saber tu dirección —Confesó con gracia.
—¡¿Qué le diste qué?!
—Jajaja, me imagino su cara roja contándome todo y maldiciéndome por lo bajo, es tan estúpido —Se burló Andrés.
—Pero...
—Sé que quieres verlo, Renata me lo dijo —Mataría a su prima por chismosa—. Y no la culpes, se preocupa por ti. Ya no eres la misma y todos lo han notado —La joven se mordió los labios. Lo que menos quería era llamar la atención de una forma tan patética—. Habla con él, dile lo que sientes. De los dos, al menos se tú la menos orgullosa, Angela. Esteban es reacio a mostrarse tal cual es, pero te aseguro... en el tiempo que estuvo contigo hasta saltaba de lo feliz que estaba —Reveló a una boquiabierta mujer—. Créeme yo estaba peor que tú, mi cara se me iba al suelo. Pero se notaba feliz y por eso yo no me burlaba; ahora es un despojo humano buscando desfogue y cariño. Te quiere Angela, y te aseguro que cuando Esteban quiere a una persona, sin importar lo que suceda se mantendrá siempre para ti.
—¿Cómo sabes eso si él me ha dicho que nunca ha querido a alguien? —Consultó dudosa.
—Porque ambos somos Hidalgo —Respondió con rapidez—, y yo viví lo mismo que ustedes —reconoció con simpleza.
El silencio duró poco. Tal vez una oportunidad no era tan malo después de todo. —Gracias, Andrés —Agradeció con cariño.
—De nada, Angela. Y no te preocupes por mi hermano si estos días anda furioso conmigo.
—¿Por qué?
—Porque obviamente le pediré detalles que serán muy difíciles de sonsacar —Rió con humor.
Sonrió con verdadero alivio. —Descuida, veré que hacer. Adiós —Esperó al otro.
—Adiós, Angela y cuidate —Cortó.

¿Y ahora qué? ¿No era que se iba?

—Esteban es un verdadero Idiota —masculló con fingida rabia apresurando el paso hacia su departamento. Había salido para comprar lo que le faltara para el viaje, los boletos ya los tenía en el maletín y sus pertenecías estaban empacadas. Darle tantas vueltas al asunto comenzaba fastidiarle.

Ya estaba por llegar al cuarto piso donde se ubicaba su departamento cuando se detuvo al ver como una persona con un ramo de rosas en la mano levantaba la otra para golpear la puerta de su hogar, pero siempre se detenía. —¿Ese es Esteban? —Se preguntó con verdadero interés pues, aunque el perfil del Hidalgo pareciera molesto, se veía de lejos como sus manos temblaban para “intentar” tocar la puerta.

Pasaron unos minutos, pero la misma indecisión que le trituraba los nervios al otro, carcomió a Angela, que con toda la falta de paciencia, se colocó detrás del Hidalgo y le habló.
—¿Estarás todo el día allí? —Preguntó con la voz cálida y evitando parecer ansiosa.
—Angela...

Tal vez debiera darse una oportunidad. Tal vez conocer al Hidalgo no debía ser tan malo. O quizás no debería enfocarse en el Hidalgo cazador, sino en Esteban. El mismo que le miraba anhelante con un ramo de rosas en la mano.

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